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La educación en España no se agota en un problema legislativo. Hay un problema de fondo. Falta convicción general en el total de la educación. No hablo de los gobiernos. Hablo de otros agentes, sociales, domésticos. Una atmósfera. Dos recientes anuncios en televisión significan la ... medida del problema. Uno publicitaba un método de inglés; el otro, pizzas. Ambos me molestan. El 'discurso del método' del primero se desarrolla de la siguiente manera: hay un chaval que está aplicado a un libro, hincando codos. Entonces, llega por detrás un señor, por lo visto se trata del propio creador del método; ¡¡le propina una colleja!! (leve, sí, mas colleja) y le reconviene con estas palabras: «deja de estudiar y aprende inglés». La idea que se vende aquí disocia absolutamente el aprendizaje del estudio, el aprendizaje del esfuerzo. Es más, parece algo innecesario y retardatario lo primero existiendo, como pretende el anunciante, un método expeditivo, ¿mágico?, que supone un atajo y que evita el enojoso y anticuado trámite del estudio, ¡merecedor, incluso, de una colleja!; paradójica inversión del uso tradicional de la colleja, propinada en tiempos a quien NO estudiaba. Las dos collejas me parecen igual de censurables. El anuncio hace cundir la idea de que hay otras formas preferibles de aprender frente al inútil hábito de la estudiantina. En este caso, que existe una forma de aprender un idioma, que coincide con el publicitado, el cual –por lo que se da a entender– no pasa por lo de estudiar. Entonces, lógico: «deja de estudiar y aprende inglés». Colleja. Luego, los profesores y profesoras de inglés –u otro idioma– de colegios, institutos y universidades en España tienen que hacer esfuerzos ímprobos, cuando no imposibles, para explicar a niños y adolescentes que el estudio es necesario, imprescindible, materialmente, intelectualmente, para adquirir una segunda lengua. Y todo lo demás. Que no se puede dejar de estudiar, que no se puede ni se debe ahorrar el esfuerzo. Y que, de cualquier forma, el que estudia no es merecedor de una colleja. El 'método' de la pizza abunda en la idea de la sustitución del estudio por otras soluciones más acomodadas. Además, en este caso, el anuncio es un relato, 1'16« (¿por qué son tan largos los anuncios de algunas pizzas? Esto estará estudiado, claro). Un chaval, se llama Dani, ante una pizza de pollo con bacon, les suelta decidido y casi como enfadado a sus padres –atención a la frasecita– «no pienso dejar la música para centrarme en los estudios; es más, pienso dejar los estudios para centrarme en la música». De entrada hay para todos, porque Dani se queja de que una vez apuntado por sus padres a las clases de piano como actividad extraescolar le advierten que eso no es tan importante como ser abogado (sic). Vale: mal que estos padres del anuncio no valoren la música como un futuro. Sólo como una extraescolar. Mientras que Dani cree en ello. Hasta aquí, digamos, que bien Dani, tiene sus razones. Pero de inmediato el chaval se viene para arriba y sufre un ataque de soberbia: asegura que el abogado lo que hará cuando gane un caso será, para celebrarlo, escuchar su canción favorita, que no será cualquier canción sino la compuesta ¡por él!, por Dani, «compuesta mientras no estudiaba derecho civil». Los guionistas del anuncio harán saber a continuación que todo ha sido como una ensoñación de Dani frente a su teclado. Pero no, ya en la mesa de la cena, se reafirma: «papá, mamá, voy a dejar los estudios para centrarme en la música». El padre, mientras se come un taglio, consiente. Pero la cosa es ¿qué son los 'estudios' para Dani? ¿sólo los de Derecho Civil? ¿Tampoco tendrá que estudiar música? ¿La música no exige estudio y codos y manos? ¿Qué es 'centrarse'? De nuevo 'los estudios' parecen una rémora, un desvío. Lo peor es que la hermana pequeña ve su oportunidad. Y deduce lógicamente, proyecta: «vale, entonces. Yo dejo 5º para ser influencer» «Tú tranquila, ya veremos», responde papá. Pero ¿cuántas pizzas más harán falta para dar el OK a la niña? Es sólo cuestión de pizzas. Pues es en contra de esto, contra lo que, me temo, poco puede hacer una ley de educación.

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