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El otro día una señora, conocida mía, me dijo que no iba a ver más telediarios, no fuera que pillara el coronavirus ése. Ella se ... encuentra en el grupo de riesgo más común, que es el de la edad, el de cumplir años. Un riesgo que en esta vida corremos desde el minuto uno. Tiene ya una edad, esta señora, de las que se consideran 'avanzadas'; como toda edad, por otro lado; pero bastante más avanzada. Y está convencida de que el bicho se coge por la tele, a fuerza de venga y dale. Que cada vez que la enciende hay más infectados. Y que -lo que aún la mosquea más- depende de qué cadena pongas, hay más o menos. O eso le parece. Si supiera qué significa el concepto de streaming, diría que el coronavirus ahora mismo se pilla en streaming. Podríamos, por la misma, tacharla de conspiranoica, pero ella no sabe qué es ser eso; de forma que hay que ubicar su teoría al margen de las paranoias emergentes. Tiene esa impresión, la mujer. Y de ahí no la sacas. Téngase en cuenta que proviene de una generación muy anterior a la televisión y que vio cómo -cuando el aparato se instaló en las casas- por él comenzó a entrarnos todo. A chorro. El caso es que, entre paño y bola, esta aprensión suya no carece de algún fundamento; pues hasta qué punto la propagación viral virtual contribuye a un impresión de propagación viral real o viceversa, llegando al extremo de confundirse un plano con el otro o de -como poco- producirse un efecto de realimentación entre ambos virus; ese fenómeno -si no un laboratorio social- sin precedentes en las proporciones en que ahora se expande, exponente de una nueva era de la viralidad: tóxico destilado por la globalidad, último modelo, a su vez, de pandemia...; hasta dónde, digo, este virus de fórmula tan compleja es síntoma de otro estado de cosas de evolución indecible... eso resulta, a estas horas, una incógnita vertiginosa. Podemos no conocer al cien por cien la naturaleza, foco, agente o paciente (cero) de la enfermedad; o de qué están compuestas esas bombetas microscópicas con aspecto de minas submarinas que salen en los gráficos de los informativos; pero desde luego lo que no conocemos en absoluto, en este momento, es qué está sucediendo en global, en los anillos más alejados (o no tanto) de la órbita de la miasma. Qué es lo que se está fabricando en la corona del virus. Dónde y cómo. Qué es lo que se está experimentando realmente. Este estado alterado de febrilidad mediática y macroeconómica, de entramado bacteriológico y mercadotécnico con el que nos levantamos cada día, jornada número tal del año de la neopeste. La amenaza de Andrómeda cruzada con la Bolsa, el Ibex, el teletrabajo, el algoritmo, las redes y cuando China despierte. Un cocktail que es una bomba racimo, mezcla de contraindicaciones y acelerantes. El asunto del coronavirus, más allá del virus que lo genera, en su grado de infección global resulta ya indisociable de una ingeniería sofisticada cuyo antídoto habrá de encontrarse -de procurar que se encuentre- más tarde que el del propio virus. El coronavirus es la perfecta metáfora del mundo en que creemos vivir. Sólo que no es una metáfora, sino algo que habrá todavía que esperar para conocer qué forma material adopta y cuántas ramificaciones tiene su gorgona. O sea, su gorgonavirus. Lo que no quita, volviendo a esta señora de la que les hablaba, para que ella cumpla escrupulosamente las recomendaciones del Ministerio: no hay quien la tosa y antes de encender la tele, para ver las novelas y los sálvames, se lava las manos con jabón Lagarto natural. Ya no puede ser la paciente cero pero tampoco quiere ser la uno o la dos, y salir en los papeles. Es súper graciosa -el sentido del humor le ha evitado contraer otros males mayores- y, claro, como es lectora de este periódico, al encontrármela el miércoles, en pleno ascenso del pánico vírico, me soltó si al bicho de esta plaga -plaga, la llama- no se le podría despistar sexualmente. Le pedí que por favor me repitiera la idea: que si no se le podría despistar sexualmente, reiteró. Y añadió: sí, hombre, como a la polilla, o ¿no has leído la noticia que viene hoy en La Rioja, en lo de las páginas del vino, sobre la plaga de polilla? Yo siempre leo esas páginas, sobre todo porque me fascina el plural mayestático y unamuniano del sabio Manuel Ruiz: como venimos estudiando o diciendo esto o lo otro sobre la fermentación de la baya... Genial. No me lo pierdo un miércoles. Pues fui al periódico y leí, al lado de la columna del sabio Ruiz, la noticia de cómo fumigando con feromonas sintetizadas la vid se confunde al macho de la polilla, evitándose así su acoplamiento. Comparten ambas plagas, desde luego, el dejar la libido por los suelos.

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larioja La plaga