Borrar

En cierta playa cantábrica, azotada por incesantes oleadas para delicia de surfistas, hasta las 11.30 y después de las 19.30 puedes bañarte sin más trabas que las que te impongan tu sensatez y tu sentido de la responsabilidad. Pero en ese tramo está ... prohibido porque ondea bandera roja, y de hacer cumplir tan arbitraria imposición se encarga una parejita formada por un socorristo y una socorrista, a los que denominaremos vigilantes porque, además de inclusivo, califica mejor su dedicación. Luce el sol sin una nube y la temperatura del agua es ideal para el baño. Pero allí están ellos, investidos con la autoridad que otorga un silbato en este país, cumpliendo escrupulosamente con el trabajo encomendado: sacar a la gente del agua. Es él quien lleva colgando un pito que hace sonar con la insistencia del agente de tráfico que te insta a continuar la marcha, qué más quisieras, en pleno atasco. Como ella carece de pito, se limita a contemplar cómo su compañero toca el suyo sin parar en cuanto a alguien le llega el agua al ombligo, hasta que el pitado (hay que ver lo dóciles que en el fondo somos los españoles) retrocede y se conforma con remojarse las rodillas. De pronto, el vigilante se ausenta del arenal, dejando a la vigilante descompuesta y sin pito, observando impotente a los bañistas arremetiendo contra las olas.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

larioja Pitos