Por causas ajenas a mi voluntad, este verano me estoy viendo sometido a sesiones intensivas de reguetón. He probado a hacer lo mismo que el candidato de Sumar en Sevilla, Francisco Sierra, y girar ostensiblemente la cara en cuanto sonara por los altavoces una canción ... molesta, pero no me ha funcionado. Ya me explicarás cómo lo haces tú, Sierra, y si acaso la melenaza tiene algo que ver, porque sería el motivo definitivo para irme a Turquía.

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Sometido a esta tortura cotidiana, he apreciado que el amor romántico está de capa caída y no sé si alegrarme. Ahora todo son culos y chingar desaforadamente con las bebés, aunque a veces uno se encuentra con imágenes y versos brillantes. «Le puse las piernas como las puertas de un Lamborghini», dice un tal Mike Towers y es como si Garcilaso hubiera resucitado de pronto en Puerto Rico. Confieso que en una ocasión estuve a punto de perder la compostura y de acabar con el hilo musical a voces, pero me contuve al caer en la cuenta de que me estaba convirtiendo en un viejo sensato, que es el prólogo de la artritis y del centro de día. También recordé que mis padres hacían grandes aspavientos cuando yo ponía Nirvana a todo trapo, aunque algo en mi cerebro reptiliano me dice que no es lo mismo y que vale ya de monsergas y de relativismos.

Lo mejor es que, a medida que escucho reguetón, voy adquiriendo una mirada zen sobre el mundo y sus problemas. Incluso me parece bien que el próximo ministro de Medio Ambiente sea de Vox. A ver si, con un poco de suerte, el calentamiento global se acelera, nos extinguimos rápido y las amebas vuelven a empezar de cero.

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