Pinganillos
A LA ÚLTIMA ·
Recuerdo con envidia a los viejos del pueblo que usaban sonotone porque habían alcanzado el supremo poder de desconectarse a voluntad cuando alguien venía a darles la brasaSecciones
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A LA ÚLTIMA ·
Recuerdo con envidia a los viejos del pueblo que usaban sonotone porque habían alcanzado el supremo poder de desconectarse a voluntad cuando alguien venía a darles la brasaDebo confesarles que soy un ferviente partidario de los pinganillos en el Congreso, en el Senado e incluso en la vida real. Recuerdo con envidia a los viejos del pueblo que usaban sonotone porque habían alcanzado el supremo poder de desconectarse a voluntad cuando alguien ... venía a darles la brasa. Ponían entonces caras angustiosas, reconcentradas, de esfuerzo supremo, y luego se señalaban el aparato como si acabaran de sufrir un inexplicable fallo técnico. Finalmente, cuando el interlocutor se daba por vencido, exhibían una sonrisilla apenas perceptible.
Si yo siguiera una sesión parlamentaria jamás me enchufaría el pinganillo. Permanecería sentado en mi butaca, mecido dulcemente por la suave brisa del gallego, por la música mediterránea del catalán, por el misterio telúrico del euskera. Pondría la mente en blanco y me imaginaría que esa gente tan facunda aprovecha sus idiomas vernáculos para decir cosas emocionantes y sabias, necesarias, sorprendentes, como cuando de jóvenes escuchábamos la música anglosajona y transformábamos en nuestros cerebros aquellas letras indescifrables en himnos poderosos y evocadores. Luego venía el chasco cuando alguien conseguía traducirlas y resultaba que esos grupos legendarios solo cantaban simplezas a lo Mecano.
En el caso de los diputados no nos llevaremos ese disgusto porque ya sabemos que lo que dicen casi nunca está a la altura de la lengua que utilizan. En cambio, si desconectamos el pinganillo, como los viejos de mi pueblo, nos quedaremos con la música desnuda del idioma y con la duda -vivificadora, esperanzada- de si por una vez habrán dicho algo inteligente.
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