La toma de posesión del presidente Trump está siendo un filón para los semiólogos. Como no sabemos si al hombre le faltan lecturas o no da puntada sin hilo, llevamos días preguntándonos si de verdad sabe qué es España. Tampoco está muy claro si Elon ... Musk hizo el saludito nazi o solo lo pareció, como cuando el príncipe Harry, que ahora se duele muy sentidamente del racismo británico, se disfrazó de oficial de las SS. Y por ahí anda también Melania, cuya conversión en esfinge se ha visto acelerada por la adquisición de un sombrero por el que Clint Eastwood hubiera pagado una millonada. Solo le faltó a Melania desenfundar la pistola en el momento en que su marido se le acercó con la perturbadora idea de darle un besito. Curiosamente son todos ellos extranjeros: un sudafricano liado con una canadiense y el nieto de un alemán casado con una eslovena quieren expulsar a los emigrantes de EE UU. Si no afinan bien los decretos, no va a quedar allí gente ni para montar un equipo de futbito. El bisnieto de Toro Sentado y dos o tres navajos.

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Ahora que el mundo ha caído en manos de la internacional friki, solo nos queda glosar la inaudita osadía de la obispa Marianne Budde, que pidió «misericordia» en su sermón mientras el multimillonario Jeff Bezos, antiguo antitrumpista, se hacía caquitas en los pantalones y compraba, naturalmente por Amazon, un cargamento de pañales muy absorbentes. ¿Pero en qué peligroso libro, probablemente comunista, habrá leído esa tontería esta mujer? ¡Misericordia, dice! ¿Qué será lo siguiente? ¿Amar al prójimo? ¿Dar de comer al hambriento? Tendremos que retirar ese panfleto zurdo de las escuelas, Donald, si queremos que América sea grande otra vez.

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