Mercenario
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No me imagino a ningún poeta escribiéndole vibrantes cantares de gesta a Yevgueni PrigozhinSi Vladímir Putin hubiera estudiado algo de historia, sabría que los mercenarios no son gente de fiar. En el año 751, los turcos karlukos que apoyaban al emperador chino Xuanzong, de la dinastía Tang, se cambiaron de bando en plena batalla del río Talas y ... se pasaron a los califas abasíes, que consiguieron la victoria. Ni siquiera hace falta irse tan lejos y recordar remotos imperios con nombre de zumito. Por tierras castellanas y levantinas anduvo el Cid Campeador subastando su tizona y sus mesnadas, aunque luego los juglares lo blanquearan, como diría la actriz Mónica López, y acabara pareciéndose a Charlton Heston. Los mercenarios luchan por dinero o por un chute feroz de adrenalina y en el fondo lo mismo les da Putin que Zelenski.
No me imagino a ningún poeta escribiéndole vibrantes cantares de gesta a Yevgueni Prigozhin. Es un tipo feo e inquietante, viscoso. Podría ser, en todo caso, un aceptable villano de James Bond. Leo que, antes de meterse a mercenario, Prigozhin trabajaba sirviendo comidas y que ya de crío había estado en la cárcel por robos, fraudes y otras cosillas. La Rusia de hoy se parece mucho a la España del siglo XVII, con sus pícaros sin escrúpulos que van medrando en un estado gigantesco que se desmorona ruidosamente. Prigozhin no es un Cid Campeador sino un Lazarillo de Tormes más salvaje y peligroso o un Pascual Duarte, cínico y violento, que podría comenzar sus memorias diciendo: «Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo».
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