Dice Jordi Évole que Josu Ternera le ha decepcionado. Yo defiendo el derecho de Jordi a hacer entrevistas a quien considere oportuno, pero me temo que en este caso ha caído víctima de una cierta sugestión cinematográfica. Tal vez creyó que Ternera –reputado asesino de ... hombres, mujeres y niños, una peste medieval en sí mismo, una maldición bíblica– era Hannibal Lecter en 'El silencio de los corderos' y fue hacia él con el candor y el sobrecogimiento de una Jodie Foster deseosa de penetrar en los fascinantes abismos del alma humana. Luego descubrió que bajo toda esa hojarasca sanguinolenta en realidad no hay nada. Es Josu Ternera un tonto con una sola idea. Tampoco hace falta un documental de dos horas para descubrirlo.

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El cine y la literatura han inventado malos gloriosos, seductores, de una inteligencia sofisticada. Sin embargo, la realidad suele ser mucho más mezquina y desconcertante. Al gran padrino de la mafia siciliana, Bernardo Provenzano, lo pillaron en su pueblo, Corleone, tras décadas y décadas de huida. Con todo su poder y su dinero, con todo su siniestro currículum de asesinatos, secuestros y disoluciones en ácido, Provenzano llevaba cuarenta años malviviendo en casuchas miserables, pobre como un rata, sin apenas salir a la calle, asediado por sus fantasmas, recocido en su burbuja de odio, escribiendo órdenes terribles en papelitos cutres.

No; ni Josu Ternera ni Bernardo Provenzano son el malo de 'Seven' o el cardenal Richelieu. Han asesinado, han secuestrado, han dejado huérfanos y han arruinado biografías enteras; pero, en esencia, solo son dos cretinos que han malgastado sus vidas de la peor manera posible.

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