Claridad

Gabilondo puede desgañitarse todo lo que quiera, pero resultaría injusto que priváramos al funcionariado español de su aliento poético. Aún recuerdo emocionado la cumbre literaria que alcanzó la Policía Local de mi ciudad, que hace algunos años remitió a los medios esta inspirada nota informativa: «El pasado viernes un agente sorprendió en la calle a una motocicleta con todos los síntomas de haber sido sustraída». Da gusto encontrarse con un cuerpo de seguridad tan decididamente proustiano.

También los políticos participan de este esfuerzo lírico, aunque eso a veces maree a los jueces y fiscales más obtusos, tal y como estamos viendo con la reciente ley de amnistía, enfáticamente apellidada «para la normalización institucional, política y social en Cataluña». Cuántos conflictos institucionales nos estaríamos ahorrando hoy si, en lugar de haber publicado dieciocho páginas de letra pequeñísima en el BOE, se hubiera escrito: «Artículo único. El tipo este de Waterloo lo tiene todo pagado, que le debo una muy gorda». Hasta el juez Llarena lo habría entendido.