En mi casa el tradicionalismo se nota en los detalles: llega el momento de enchufar la televisión para ver las campanadas y ponemos La 1. No hay discusión posible. Nunca hemos caído bajo el efecto de la Pedroche, pese a la ocasional protesta de algún ... primo. Solo a posteriori, en las repeticiones, echamos un vistazo curioso al vestido. Las campanadas de La 1 son en cierto modo las oficiales, da igual quién las presente: en otras cadenas nos suenan engañosas, casi fraudulentas, como si el año nuevo no entrara de verdad.

Publicidad

De la Pedroche a mí nunca me ha interesado tanto el minivestido como las posteriores exégesis sociológicas. Por un momento estuvieron a punto de convencernos de que esa pareja tan berlusconiana (tío feo-tía buena casi en bolas) era en realidad el colmo del feminismo y del empoderamiento, lo que nos hubiera llevado a reconocer el papel precursor de las mamá chicho, convertidas de repente en unas Virginias Woolf de glúteos catedralicios, merecedoras de un premio del Ministerio de Igualdad. El problema de los vestidos menguantes es que la intríngulis se acaba pronto: de la minifalda se pasa al tanga y de ahí ya no queda más remedio que quedarse en cueros o echarse encima una rebequita.

Ante esta diabólica encrucijada, los estilistas de Antena 3 han optado por los vestidos cortos con moraleja, elaborados a ser posible con tejidos extravagantes: el año pasado utilizaron algas y este, no me pregunten cómo, leche materna. Quizá deban detenerse ahí. Temo que, si perseveran por ese camino, acaben cogiendo de modista a Txumari Alfaro, aquel curandero navarro famoso por dar nuevos usos a fluidos corporales habitualmente repudiados por la sociedad.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

¡Oferta 136 Aniversario!

Publicidad