A la India le quieren cambiar el nombre oficial y ponerle Bharat. Los expertos en marketing se echarían las manos a la cabeza. ¡A quién se le ocurre perder una marca tan consolidada y atractiva! La India huele a especias y a flores, a películas ... de aventuras, a Mahatma Ghandi, al Ganges avanzando parsimoniosamente, con ese discurrir místico que solo tienen los ríos orientales. También huele a muchedumbre y a miseria, pero me temo que eso no cambiará aunque decidieran llamarla, qué sé yo, Alemaniastán.

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Uno permanece anclado en la Geografía que estudió en el colegio, cuando los mapas aparecían llenos de países con nombres sugerentes y maravillosos, que prometían aventuras e insólitos descubrimientos: Birmania, Alto Volta, Zaire, Ceilán... Aquellos eran –protestan los dirigentes locales– apelativos coloniales, pero como habitante de un país con nombre colonial (¡esa Hispania romana!) me siento autorizado a defender la pervivencia de aquellas antiguas y hermosas palabras.

Estos cambios originan grandes confusiones. Al Zaire decidieron llamarlo República Democrática del Congo tal vez para fastidiar a sus vecinos del Congo propiamente dicho, que de pronto perdieron la exclusividad y quedaron retratados como poco democráticos y dudosamente republicanos. Aunque peor me parece lo del Alto Volta, que era una denominación francesa, pero estrictamente geográfica. En aquel territorio nacen los tres brazos del río Volta. En su lugar, en el año 84 su presidente decidió llamar al país Burkina Faso, un nombre inventado que mezcla dos palabras de idiomas distintos y que significa «patria de hombres incorruptibles», lo que a todas luces es un exceso.

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