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El oficio de columnista es exigente e ingrato. A veces no queda más remedio que desnudarse intelectualmente, lo que a mi edad solo es un ... espectáculo un poco menos dantesco que desnudarse físicamente. A partir de los cincuenta hasta las ideas echan barriguita. Pero hay momentos en los que uno debe plantarse ante la columna como Roca Rey ante el toro: echando un par de juramentos y guardando heroicamente la cornada. Llevo varios días evitando escribir de esto que me bulle en el cerebro. Sé que, en el mejor de los casos, ustedes me mirarán compasivamente, como a un loco de esos que bebe lejía para curarse los resfriados, pero aun así debo alzar la bandera de la verdad. Ahí va:
Trump tiene razón. La tiene, no hay más que hablar, bájense todos del burro. Dijo que la palabra arancel era la más bonita del diccionario y yo estoy absolutamente de acuerdo con él. Arancel viene del árabe al-inzal y huele a naranjos en flor y a mercado de especias; es un vocablo aromático y embriagador, un baile sensual bajo la luna, un paseo por un campo de margaritas, un cuento de las mil y una noches. Un apocalipsis de aranceles es sin duda una forma muy poética de empobrecerse, casi da gusto naufragar así de bellamente en la miseria.
Sin embargo, de pronto cayó en la cuenta de que Trump no dice arancel, sino 'tariff'. ¡Demonios! ¡Ni siquiera en esto tiene razón! 'Tariff' es un horror de palabra, con esa doble efe que le da un aire de empalizada o de araña venenosa con pelos. Qué asco de sustantivo. Tú te lo pierdes, Donald: si hablaras español y en lugar de 'tariffs' pusieras aranceles, la economía se te hundiría mucho más dulcemente, oliendo a azahar y a gominolas.
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