Apodos reales
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Me imagino las carcajadas de Alfonso X el Sabio cada vez que se encuentre por los pasillos del cielo con Enrique IV el Impotente o con Bermudo II el GotosoSecciones
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Me imagino las carcajadas de Alfonso X el Sabio cada vez que se encuentre por los pasillos del cielo con Enrique IV el Impotente o con Bermudo II el GotosoA los reyes antiguos les caía siempre algún apodo que se les quedaba colgando para la posteridad. Me imagino las carcajadas de Alfonso X el Sabio cada vez que se encuentre por los pasillos del cielo con Enrique IV el Impotente o con Bermudo II ... el Gotoso, víctimas de un 'bullying' milenario que se va perpetuando de libro en libro. Con los motes conviene no precipitarse porque uno nunca sabe cómo va a acabar la función.
A Felipe IV sus panegiristas se apresuraron a llamarle El Grande porque al principio de su reinado ganó un par de batallas, pero al final, cuando le vinieron mal dadas, ese solemne apodo solo le sirvió para merecer la mala leche de Quevedo: «Grande lo es el rey nuestro señor a la manera de los hoyos, más grande cuanta más tierra le quitan», escribió. A Felipe IV le sucedió en el trono Carlos II el Hechizado, un tipo de una fealdad asombrosa, probablemente estéril, al que le cayó en suerte un alias suave e incluso piadoso. Más descarnados fueron los de Fruela II el Leproso o Alfonso el Jorobado. A Ramón Berenguer II, que era rubito y de pelo crespo, le decían Cabeza de Estopa.
Es una pena que se pierda esta costumbre porque ayuda mucho a los estudiantes a retener los nombres, aunque vamos a tener un serio problema con Juan Carlos I. Sus hagiógrafos ensalzan su meritoria labor durante la transición, aunque su posterior afición por las montañas suizas, las princesas alemanas, los elefantes africanos y los desiertos arábigos abren inquietantes perspectivas. Como ni Alfonso II el Casto ni Fernando I el Honesto nos sirven ya de precedentes, yo en su lugar estaría rezando para que en los libros me acabaran llamando Cabeza de Estopa, como al tío Ramón.
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