Alta diplomacia

Me imagino la cara de decepción del señor Galindo, hombre acostumbrado a las atrocidades más emocionantes, al abrir el expediente y comprobar que tiene ante sí a un pícaro que proclamó una república de mentirijillas minutos antes de huir en el maletero de un coche y a un oscuro diputado con experiencia en la elaboración de mermeladas. Un bajonazo de los gordos. Es como si a Woodward y Bernstein, después de destapar el Watergate, los hubieran puesto a encajar las parrillas televisivas del Washington Post.

Así que, una de dos, o alguien en la Fundación Henri Dunant le está haciendo 'mobbing' al señor Galindo o él sacó la pajita más corta en la cena de navidad. Sea como fuere, debe de sentirse frustrado por asumir un encargo que, como mucho, requeriría una seño de preescolar con habilidad en el patio. Desde aquí animo al señor Galindo a tomarse esta misión como unas vacaciones a la espera de destinos más gratificantes. Al fin y al cabo, no hay mucho que negociar: uno quiere salvar el pellejo, el otro busca siete votos y lo demás será tomar té con galletitas mirando las apacibles aguas del lago Lemán.