Ha venido y se ha marchado el rey Juan Carlos en un viaje descabellado que ha provocado otra vez un espectáculo precioso entre el público asistente; con la monarquía en España sucede como con Gorgorito, lo más interesante siempre es mirar la reacción de los ... niños. Ha habido un pataleo muy ruidoso de toda esa gente que quiere derribar la Corona solo porque simboliza la unidad de la nación y que están liderados por unos cuantos propagandistas borrachos de populismo que cobran suculentos sueldos del Estado y que tienen en el rey emérito una piñata perfecta en la que descargar sus estacazos; en honor a la verdad el hombre se lo ha ganado a pulso. A mí sus últimos tiempos en la Zarzuela me parecieron de una torpeza primorosa, con una sucesión de errores y una falta de visión de estado que además de llenar páginas de la crónica social en las revistas y la sección de nacional en los periódicos acabó poniendo en dificultades el reinado de su hijo; aún retumba aquel terremoto.

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Mientras Juan Carlos se llenaba los pulmones con el aire vigoroso de la costa de Galicia, la caterva habitual de agitadores ponía gestos muy serios y le exigían que ofreciera explicaciones. Luego, en un ejercicio patético como de aprendices de mago a los que se le escuchan las palomas gorjeando en los bolsillos del chaqué, brindaron solemnemente el último truco posible: decir que era un viaje 'inmoral'.

Nos gustará más o menos, pero el rey emérito es un hombre libre y puede regresar a España cuando quiera a hacer sus bribonadas marinas porque aquí no tiene causas pendientes con la justicia. Como hacen cada vez que los jueces no se pliegan a su doctrina, estos predicadores han vuelto subirse al púlpito que tienen plantado en la cima de su falsa superioridad ideológica a jugar la carta de 'lo moral'. Es un berrinche infantil y peligroso porque esboza una justicia paralela y arbitraria y ya sabemos cómo acaba siempre esa película; ignorar el funcionamiento de la ley supone demoler el fundamento central de nuestro sistema de derechos y libertades. «Es inmoral», dicen los mismos que miran para otro lado cada vez que regresa al pueblo uno de esos asesinos entre bailes, vítores, aplausos y ongi etorris.

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