Recuerdo el primer cartel de propaganda electoral que vi. Fue en los años 70 y tenía 8 o 9 años. Lo habían pegado en la parte trasera de mi casa y no se parecía a nada que yo hubiera conocido. Se podía ver a un ... hombre sonriente con traje y corbata que miraba a la cámara y debajo de la imagen un eslogan enigmático que decía 'Vota Moya'. Muchos habrán caído en que se trataba de las últimas elecciones a las cortes generales franquistas, en concreto las votaciones para el llamado tercio familiar. Aquel cartel fue una auténtica novedad y un fastidio para mi madre que lo tuvo que arrancar de la pared y blanquear las marcas que quedaban. Mientras le ayudaba con el cubo de cal le pregunté si conocía a ese hombre.
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Relacioné aquel apellido con un vecino que tenía un motocarro y le pregunté a mi madre si era familia del Moyiya (era su mote, debido a su baja estatura). Mi madre se echó a reír y me explicó que eso era imposible. Que ese se ganaba la vida con su trabajo y siempre estaba haciendo favores. Y que al del cartel no había más que verlo. Y añadió que los que se metían en esas cosas eran del estilo del alcalde y los concejales del pueblo. Que, por ejemplo, decían que iban a poner alumbrado público en el barrio y lo que habían hecho era enriquecerse y enchufar a amigos y parientes en el ayuntamiento. No me sorprendió que mi madre hablara así porque era su tono cuando se refería a los señoritos. Mi abuelo había sido aparcero y vida había sufrido abusos y explotación. Pero nunca la había oído criticar a gente que no estuviera directamente relacionada con su experiencia personal. Insistí porque quería saber qué significaba 'Vota Moya' y me regañó, con su cariño habitual, para que no me metiera donde no me llamaban.
Sin embargo, y en contraste a este recuerdo, ahora mismo soy incapaz de ecordar ningún cartel de las últimas municipales. Quizá no me fijo en la propaganda ni presto atención a los discursos de los candidatos porque tengo la sensación de estar en una especie de campaña electoral eterna en la que los políticos todos nos acosan con promesas y vaticinios catastróficos. No nos piden opinión ni implicación. Sólo piden nuestro voto para, supuestamente, en nuestro nombre mejorar nuestra vida.
Mi madre intuía que aquello no iba con ella y es una pena que después de tantos años de democracia yo comience a pensar que la mujer no andaba tan desencaminada. Hemos visto en estos años que la mayoría de los políticos, cuando llegan al poder solucionan sus vidas y se olvidan de defender a los que les han elegido. Me refiero, por supuesto, a los representantes de los partidos de izquierda. Así que no me siento representada por ningún candidato ni candidata y estoy decepcionada porque a quienes he votado no han cumplido nunca mis expectativas. Pero a pesar de este descontento he pedido el voto por correo. No me identifico al cien por cien con los que recibirán mi voto, ni siquiera al cincuenta, pero este país no puede retroceder en igualdad, en derechos LGTB ni en derechos sociales. Y mucho menos volver a los tiempos del tercio familiar en los que solo podían votar los cabezas de familia. Ojalá pudiera elegir a gente como el Moyiya, qué bueno y querido en el barrio, pero esas personas, y dicho se paso, no se suelen presentar.
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