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Decía García Lorca, con motivo de la inauguración de una biblioteca, que las personas necesitan medio pan y un libro. En mi infancia no me faltó pan porque mi padre cultivaba trigo, pero los libros no eran un artículo de primera necesidad. Así que me ... hubiera conformado con un pan y medio libro. En contraste a esto actualmente apenas como pan y tengo las estanterías de casa repletas de libros que nunca leeré. Por supuesto no me refiero a los de texto, ya que uno de los momentos más placenteros de aquella época era cuando los estrenaba, recién forraditos por mi madre, y me ilusionaban tanto que los leía de un tirón. Especialmente los de Lengua y Literatura.
No conservo ningún ejemplar de aquella época, pero sí los de mis hijas. Para mí son un preciado tesoro y acudo a sus páginas si tengo alguna duda de gramática u ortografía.
Y justo por ese motivo, hace unos días, rescaté uno de ellos y me entretuve con la Generación del 27, que es mi favorita. Reconozco que en ese primer vistazo no eché de menos a ninguna escritora. Hasta tal punto estaba convencida de que las mujeres no aparecen porque su obra es menos importante que incluso busqué en mi memoria algún escritor que tampoco estuviera reseñado. Pero mi sorpresa llegó con la lección sobre Latinoamérica. Allí estaban Neruda, Miguel Ángel Asturias y García Márquez, sin duda extraordinarios, pero descubrí una ausencia femenina intolerable. Ni una frase de Gabriela Mistral, que también obtuvo el Premio Nobel. Así que entonces emprendí mi búsqueda particular, ni rastro, o apenas unas líneas, de Pardo Bazán, Concha Méndez, Carmen Martín Gaite, Ana María Matute, Gloria Fuertes, Ángela Aymerich Figueroa. Miré entonces el equipo redactor y tampoco había presencia femenina. Quizá esa era la explicación porque el libro no es de mi época sino del 2009. Así que algo indignada telefoneé a mi hija Vera, que me espetó sin miramientos.
– Tíralos, mamá, tira esos libros. Si no estamos nosotras, falta la mitad.
Lo cierto es que, quizá por la escasez de lectura en mi infancia, me horroriza la idea de arrojar un libro a la basura. Pero sí debería, y dicho sea de paso, desprenderme de mi condescendencia con el patriarcado cultural.
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