Siempre he pensado que cuando se acercara la edad de mi jubilación regresaría a Granada pero, como reza un nuevo refrán, 'los abuelos proponen y los nietos disponen». Así que me quedaré en Logroño para ver crecer a mi nieto Miguel que ya tiene cuatro ... años. Tanto es así que incluso paso muchos fines de semana en un pueblo del valle de Ocón, que además de hacerme disfrutar de la naturaleza me proporciona alguna que otra anécdota para contarles a ustedes.

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Sin ir más lejos, hace un par de semanas viví una experiencia bastante agradable en el autobús que me trajo a Logroño. Enseguida entablé conversación con el conductor porque comentó que normalmente no hacía esa ruta pero que era complicado sustituir una baja, ya que la gente joven no quería trabajar. Esa frase me hizo saltar del asiento y sin rodeos le espeté que quizá el motivo eran las malas condiciones laborales. Me contestó que no era el único caso porque conocía a un electricista que se quejaba de que ningún chaval deseaba aprender el oficio. Mi compañero de viaje teorizó y explicó que esta era la generación de cristal, que se raja con solo mirarla. La verdad es que era la primera vez que oía semejante clasificación y le mostré mi disconformidad con las etiquetas, por ocurrentes que fueran. Para demostrar mi tesis le puse el ejemplo de mi sobrino Pablo que lleva varios veranos trabajando de socorrista. Entonces también él se refirió a sus hijas que colaboraban en el restaurante familiar. Pero que eran excepciones.

Yo aduje que la juventud tiene mala imagen desde los tiempos de Sócrates, en los que ya se decía que los muchachos aman el lujo, son maleducados y no respetan a sus mayores. Pero tuve que reconocer que en algunos sectores falta personal. Y aproveché para defender la necesidad de la migración.

El autobusero tenía unos 50 años y me relató que dejó los estudios para ayudar a sus padres y que ahora estaba dispuesto a aceptar cualquier trabajo para que sus hijas pudieran ir a la universidad. Le di la razón y le reconocí su sacrificio.

El viaje duraba una hora pero dio tiempo a hablar también de las empresas privadas, que él estaba contento con la suya y que en este país todos no podían ser funcionarios, que hacía falta también la iniciativa privada y los emprendedores. Por un momento aquel autobús se había convertido en una pequeña tribuna, en la que con respeto cada uno de nosotros expresábamos nuestra opinión y nuestra sincera preocupación por el mundo que iban a herederar nuestros hijos y nietos. Mientras me alejaba de la estación caí en la cuenta de lo enriquecedor que había sido escuchar a alguien diferente a mí.

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Se me ocurrió pensar en las negociaciones que estarán teniendo lugar para formar un gobierno nacional. Ojalá los responsables comprueben que el diálogo entre personas que discrepan es posible y necesario.

Aunque en este autobús había un plus muy importante que no está al alcance de todo el mundo. Ese plus, y dicho sea de paso, es la honradez.

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