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Hace unos días que he regresado de vacaciones de mi pueblo de Granada y en mi cabeza siguen revoloteando los rostros de los seres queridos que residen allí. Me refiero a mis hermanos y sobrinos que me endulzan la vida. En contraste a esto me ... entristece comprobar el progresivo deterioro de mis tíos. Aunque transcurran pocos meses cada vez los encuentro algo peor. Me afecta, especialmente, el estado de salud de Isabel, hermana de mi madre, con la que he tenido muchísimo roce. Las dos eran inseparables y siempre que la visito se emociona recordándola. Como todas las personas mayores se lamenta de sus achaques y limitaciones. Fui a verla con mi hija Vera y mis nietos. Mis padres no los han conocido y para ellos es lo más similar a una bisabuela. Suele estar sola viendo la televisión, sentada en la mesa camilla con las enaguas sobre el regazo. La mujer ya no puede desplazarse y nos abrió la puerta su nieta de siete años. Una chiquilla que yo no conocía y que enseguida nos arrolló con su expresividad y ternura. En cinco segundos nos hicimos superamigas, que diría la niña. Hablamos de cuentos y princesas, desmontando estereotipos sexistas. También de sus dibujos favoritos que me sonaban por mi nieto. Incluso me recomendó una serie llamada «Los descendientes» que pienso ver en cuanto tenga un hueco. Mi tía nos observaba con un brillo especial en la mirada. En esta ocasión apenas hablamos de enfermedades ni soledades. Al despedirnos la pequeña le regaló a mi nieto mayor un palo de lluvia. Se desprendió de su juguete con la ilusión de que otro lo pudiera disfrutar. Cuando los niños se acostaron aproveché para explorar el curioso objeto. Lo agité y cerré los ojos, el sonido me transportó a las tormentas de verano de mi infancia. Recordé una tarde que las dos hermanas, en la flor de la vida, recogían la ropa del tendedero para que no se mojara. Mientras los hijos de ambas estábamos asomados a la ventana. Isabel se moría de risa porque mi madre se puso chorreando. En esa época se reía de cualquier cosa, igual que le sucede ahora con el llanto.
Pensé entonces que es evidente que nuestra generación vive bastante mejor que la anterior. Lo cierto es que han sufrido cantidad de fatigas para criarnos e incluso mi tía ha pasado años en la emigración. Después de tanto esfuerzo y sacrificio se merece, con creces, la prestación de la ley de la dependencia. Actualmente es uno de los miles de usuarios en lista de espera. Andalucía es la comunidad con la mayor saturación en estas listas de España. Lo últimos datos del Imserso indican que hay una media de casi 600 días desde que se realiza la solicitud. Incluso hay personas que fallecen sin ver reconocido su derecho. Así que este año que se inicia no bajemos la guardia y defendamos los servicios públicos. Para las personas como mi tía y también nuestros nietos. Y dicho sea de paso, deseo a todos y todas, una lluvia de prosperidad y bienestar.
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