El 8 de septiembre es mi santo, pero hace tanto que vivo en Logroño, que no suelo reparar en ello a no ser que alguien del pueblo me llame. Desde que murió Librada, mi suegra, nadie se había vuelto a acordar. Por eso cuando este ... año me felicitó mi hermana Trini fue inevitable rememorar las conversaciones telefónicas que mi suegra y yo manteníamos con esta u otra excusa. Yo siempre le pedía consejo, especialmente para cocinar. Por ejemplo, en una de esas ocasiones, me reveló el truco de la masa de croquetas o el secreto del toque de comino en el gazpacho. Ella me dictaba y yo lo apuntaba en papelillos sueltos, que aún hoy me tropiezo, manchados de pimentón o aceite, dentro de algún viejo libro de recetas. Lo cierto es que con el paso de la vida he interiorizado su sabiduria en esta materia y ya forman parte de mi rutina gastronómica.
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A Librada le salían de maravilla las croquetas, la tortilla o el potaje de calabaza, pero con la edad iba perdiendo facultades. Muchas veces decía que era la última vez que preparaba algún plato porque no cumplía sus propias expectativas. También empezó a decir que estaba agotada y a mostrar escaso interés por las tareas de la casa. Algo extraño en una mujer que había dedicado su vida a mantener la casa como los chorros del oro. Cuando el médico de cabecera diagnosticó una depresión se puso de manifiesto que lo que parecía simple cansancio era algo serio. En ese momento para mi marido y para mí era inexplicable que alguien con su energía, y sin ningún problema aparente, estuviera aquejada de esta enfermedad. Recuerdo lo doloroso que era verla sentada en el sillón sin levantar la vista del suelo.
Por suerte, con el tratamiento adecuado, en pocos meses se recuperó completamente y a su rostro regresó su hermosa sonrisa. Pero no volvió a guisar y su delantal quedó colgado, para siempre, en un gancho de la pared. Así que se contrató a una persona para encargarse de las tareas de la casa.
Les cuento esta pequeña historia porque ha caído en mis manos un artículo sobre salud mental que me hace pensar que quizá la dolencia de mi suegra estuvo relacionada con el estrés. En concreto con la carga mental. Es un concepto que se refiere a la planificación y organización de la casa, las citas médicas o los compromisos familiares. Me consta que ella era la encargada de las cuestiones domésticas y por supuesto, como les he referido a ustedes, de felicitarnos a todos en las fechas señaladas.
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Los tiempos han cambiado y afortunadamente las tareas del hogar se reparten y se comparten, pero el peso de la carga mental sigue correspondiendo, en la mayoría de los casos, al género femenino.
En cuanto a mi suegra y como dice la canción de Rocío Jurado; qué no daría yo por volver a oír su cariñosa voz felicitándome o advirtiéndome de que las espinacas se cuecen sin agua.
Sería estupendo y yo provecharía para agradecerle que soportara esa carga invisible toda su vida. Algo que hizo, dicho sea de paso, sin reconocimiento ni remuneración.
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