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Dirán ustedes que mi infancia es un pozo sin fondo. Y tendrán razón porque nada más ver el vídeo del beso más polémico del momento, me vino a la cabeza un viejo recorte de periódico que mi madre guardó toda la vida. Tendría yo unos ... ocho años y me habían dado un premio literario cuya temática eran las vocaciones del seminario. La noticia salió en el Diario Ideal de Granada por la asistencia del obispo de la diócesis Guadix-Baza. En la imagen se puede apreciar una mesa larga con varias autoridades sentadas y a una niña de pie y de espaldas a la que un obispo le sujeta la barbilla con una mano y le da un beso en la mejilla.
Les quiero aclarar que aquel beso fue polémico sólo para mí, no porque fuera robado ni porque tuviera ningún tipo de connotación sexual (dios nos libre) sino por lo que ocurrió cuando volvimos a la clase.
Como ya les he referido en alguna ocasión me eduqué en un colegio de monjas y teníamos dos profesoras seglares, una que se llamaba Carmen y era muy avanzada para su tiempo y otra que se llamaba Luisa y que, siguiendo con el símil religioso, era más papista que el Papa.
Así que ese mismo día, en cuanto llegamos al aula la profesora Luisa me comunicó que estaba enfadada conmigo porque, según ella, yo me había echado encima del clérigo y el pobre hombre se había visto obligado a obsequiarme con un ósculo sagrado. Añadió que yo tendría que haberle besado el anillo. Así que en vez de celebrar mi pequeña proeza la mencionada maestra me regañó en público y no se olvidó de un mensaje para mi madre, que le sacara al bajo de la falda, que poco había faltado para que se me vieran las bragas. En ese momento yo me sentí como una delincuente y hasta lamenté haberme presentado al dichoso concurso.
Menos mal que aquella sensación de culpa sólo duró hasta que llegué a casa y se lo conté a mi madre. Ella, que no era de dar abrazos, me envolvió con la ternura de su sonrisa y me dejó muy claro que el asunto carecía de importancia y que yo era una niña inocente que no entendía de protocolos. Eso sí, se puso enseguida a descoser el bajo de la falda, satisfecha porque las inyecciones de calcio me habían hecho crecer varios centímetros. Y por supuesto le contó a todas sus vecinas mi éxito literario y me hizo leer la redacción de puerta en puerta.
Y en cuanto a la profesora Luisa, le quitó hierro al asunto, que ya hablaría con ella, pero que seguro que no tenía mala intención.
Nunca olvidaré que hasta que no intervino mi madre yo llegué a dudar de mí misma y a avergonzarme de mi conducta.
Es muy triste que después de 50 años en este país las mujeres sigamos estando cuestionadas por un beso, desde el beso de Blancanieves al de la Bella Durmiente pasando por el peliculero Ya puede usted besar a la novia. Ojalá este beso tan mediático sirva para que muchas personas despierten de su largo letargo.
Y por mi parte me quedo con ese feminismo natural y razonable de mi madre que me apoyó, sin dudarlo, pero que no hizo una montaña de un grano de arena. Y que, dicho sea de paso, destacó por encima de todo mi mérito y mi capacidad.
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