El peso de la palabra
CHUCHERÍAS Y QUINCALLA ·
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CHUCHERÍAS Y QUINCALLA ·
El yayo Tasio habla poco. Es un eufemismo cualquiera para decir que apenas abre la boca. Quien no lo conoce confunde la parquedad con descortesía, pero él y yo sabemos que cuelgan otras razones en su economía del lenguaje. La coherencia está en sus silencios. ... El abuelo es tan viejo, ha pasado por tantos desencuentros y frustraciones, que solo se pronuncia cuando tiene algo importante que decir blindado de sinceridad. Para qué derrochar un bien escaso si luego se escapa por el sumidero o acaba volando en cuanto el viento torna. Su sobriedad es inversamente proporcional al escalofrío que le provoca la locuacidad. Un respingo que se hace temblor cuando las promesas se transcriben en un papel para hacerlas inmutables. Los pactos de gobierno son la biblia de esa verborrea apuntulada en límites y fechas que se evapora casi en cuanto la tinta de una firma se posa en el folio. Las palabras no solo son volátiles, sino que escapan a lo mesurable. Tras una de las infinitas reuniones de seguimiento del documento que la pasada legislatura alió a PP y Cs, unos salieron asegurando que estaba cumplido al 80%. Los otros declararon que el incumplimiento alcanzaba, exactamente, al 80%. En el acuerdo que esta vez compromete a PSOE, IU y Podemos, el Gobierno estima que ya está en marcha el 95% de lo suscrito pese a las prórrogas, matices y desconchones. Si Tasio confiaba poco en las palabras, los porcentajes le espantan. Quizás sí sea oportuno un comisionado de la verdad, pero no para la prensa, sino para quien asegura tener la balanza capaz de cuantificarla.
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