Pesimismo ilustrado

Los que somos pesimistas por genética sabemos que ponernos todo el rato en lo peor es muy aburrido. No hay que tomarse nada demasiado en serio, ni siquiera el pesimismo. Y mucho menos a nosotros mismos, a los políticos apocalípticos y desintegrados que proclaman el acabose o a los que cierran un acuerdo saludándose como si fueran dos tíos del Bronx que van a echar unas canastas. Lo único trascendente son las cañas con tapa y Dostoievski: yo he llegado tarde a los escritores rusos, y me he quedado tan traspuesta como la Gemio cuando llegó a los franceses.

Contaba Jorge Javier Vázquez que la periodista se plantó un día en una reunión de amigos, transida de emoción, y soltó «Estoy leyendo un libro que me tiene fascinada, jamás pensé que alguien pudiera escribir algo así. Se llama Madame Bovary, ¿lo conocéis?». Pues eso, que de pava a pava, librazo. Y si no te da por los rusos o por los franceses, que te dé por los españoles: la última portada del año de ¡HOLA! ha sido el bautizo del hijo de Ana Boyer Preysler y Fernando Verdasco. La familia crece, y las tribulaciones de sus nuevos miembros y sus cruces con otros ejemplares de igual pedigrí, Dios y exclusiva mediante, nos aseguran varias décadas más de alegrías y líos 'photoshopeados'. Y a mí aún me quedan Tolstói, Turguénev y Chéjov. Y las 1.113 páginas de «Vida y destino». No hay motivo alguno para el pesimismo.