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Es sabido que los sueños se desvanecen pero la realidad, no. Y la realidad es que vivimos una pesadilla que no es de película pero tiene vocación de largometraje. La naturaleza nos advirtió y hoy la realidad nos ha cercado. Los muertos son reales, el ... agotamiento del personal sanitario es real, los trabajadores de servicios esenciales infectados son tan reales como los que han perdido el empleo y todos ellos tienen nombres y familias. El miedo al virus es hoy igual que el pánico a perder el trabajo y los medios de subsistencia. También es real, a qué negarlo, que hay quienes utilizan la imaginación para burlar las normas poniendo en riesgo a los demás. Por mucho que añoremos la normalidad, no va a regresar. El riesgo persiste y el virus que recorre el mundo impondrá sus reglas hasta que nuestros investigadores encuentren el antídoto contra este villano que nos ha recluido en la desesperanza.
Cada vez que hay sesión en el Congreso se me solivianta hasta el pelo. Los ciudadanos hemos cambiado nuestros hábitos, hemos sido disciplinados, entendido los riesgos, colaborado solidariamente, cada uno según sus posibilidades (cosiendo mascarillas, entreteniendo o repartiendo alimentos) para hacer la vida mejor al resto. Salvo en la presencia física, en el Congreso no han cambiado los usos y costumbres. Lejos de la realidad, la bronca parece el reglamento.
El presidente del Gobierno no puede negar otra certeza: la exigua mayoría parlamentaria que lo sostiene. Se ha visto obligado a negociar para lograr apoyos a la prórroga del estado de alarma, única fórmula que permite limitar la movilidad. Finalmente, PNV y Ciudadanos han puesto condiciones pero han votado lo que la mayoría de españoles creía necesario. Han sido responsables frente a la gresca montada por quienes creían que en vez de la protección de la salud estaba en juego el gobierno. Rufián, rufianeó. Los discursos de Casado y Abascal fueron incendiarios pero ineficaces. Casado, jurista de prestigio, acusó a Sánchez de soñar con una «dictadura constitucional». ¡Qué barbaridad!, constitución y dictadura, conceptos antitéticos, se excluyen por principio. Me recordó la «democracia orgánica» del franquismo. Sánchez solo tiene un camino: practicar la negociación continua con una sonrisa. Debe sumar voluntades, es la única fórmula para superar esta hecatombe que nos ha caído encima. No hay gobierno democrático en el mundo, por fuerte que sea parlamentariamente, que no esté en horas bajas. Las circunstancias en que toca gobernar no se eligen, sobrevienen, las sopla el viento de la vida. Es en la adversidad donde se forjan los liderazgos y es en ella donde quedan al descubierto los oportunistas.
Desde la pesadilla, una angustiada España les observa, que sus señorías elijan el personaje que prefieran.
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