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La pesadilla de Epi

Ojo de buey ·

Domingo, 17 de noviembre 2019, 10:34

Ya no nos acordamos de ese detalle, pero los españoles ingresamos en Barrio Sésamo antes que en democracia. Por sólo diecisiete días, pero antes. Y me atrevo a decir que lo primero ayudó a lo segundo. Sobre todo en la franja de espectadores -los que ... éramos niños entonces- que, con los años, nos iba a tocar mantenerla y gestionarla. La democracia. Cuidar de su barrio, vaya. La primera emisión de Barrio Sésamo en España fue el 3 de noviembre de 1975, lunes, como una sección del programa 'Un globo, dos globos, tres globos', que había empezado incluso antes, en 1974. Con lo que, antes que en la democracia, los niños habíamos ingresado en los guiones de Lolo Rico y en los versos de Gloria Fuertes, autora de la letra de la sintonía del programa, en la que se cantaba aquello de que los globos se dormían y que la luna era uno de esos globos que se nos habían escapado. Y la tierra también, pues «es un globo donde vivo yo». Correcto. Y de esta manera aprendimos, a tierna edad, cuál era nuestro lugar en el mundo. Y nos hacía mirar para arriba. Asociando globos con lunas, en fin. Llamadme cursi, pero es la mejor de las globalizaciones que yo he conocido. La segunda mejor -de hecho, una suerte de cuarto globo- sería 'La bola de cristal', también de Lolo Rico. Aquella bola era otro globo que se nos había escapado. Nos pilló ya en 1984, con otra poetisa, gótica esta vez, Alaska -cuyo pareado «Esta bola de adivina/ pone música divina» podía haber firmado la Fuertes- y un gobierno socialista. En menos de dos semanas desde aquel primer Barrio Sésamo en España (seis años después que en Estados Unidos, 1969, motivo del aniversario que se celebra ahora globalmente), moría Franco. Y la laralá, laralá, laralá, la, la, la, laralá, la, la, laralá... Entre la pedagogía, la poesía, el humor inteligente, el surrealismo y la modernidad de globos y bolas los niños españoles estábamos ya hacía un rato en otra órbita. Más allá de los últimos fotogramas en blanco y negro del tardofranquismo. No en vano, y al hilo de lo de «un cuento, dos cuentos, tres cuentos» de la sintonía, Barrio Sésamo se estrenó aquí al principio con el título de Ábrete Sésamo. Y vaya que si se nos abrieron cosas. La mente, por ejemplo, mientras merendabas. Era muy de agradecer por añadidura -y esto fue fundamental- cómo sus personajes, Coco en concreto, nos instruía en el uso preciso de los términos fundamentales para orientarse en la vida: arriba y abajo, lejos y cerca, izquierda y derecha. Se echa muy en falta ahora esta instrucción, cuando coordenadas, ideas y palabras se confunden y malversan torticeramente, de una forma interesada. Y la desorientación reina. Y el mundo al revés. Cuando lo que se instala es el engaño generalizado. Fueron, desde luego, los teleñecos de Barrio Sésamo, parte básica de nuestra educación general básica e incluso de nuestro primer bachillerato. Y una muestra de que un buen humor infantil y juvenil no es sino la mejor versión del humor adulto. Y ahí entraban Epi y Blas, claro. Muy especialmente. Sus conversaciones nocturnas constituyeron uno de nuestros primeros teatritos semiadultos, una escuela de dialéctica, didáctica y duda sistemática. Cuántas noches maldormidas por preocupaciones o yo qué sé qué me he acordado de los desvelos y desazones de Epi, acercándose hasta el borde de la cama de su comadre Blas y despertándolo alarmado, porque le había surgido alguna duda conceptual o porque sencillamente tenía sed o le daba miedo la tormenta. Y las respuestas senequistas de Blas, que apenas podían tranquilizar a Epi. La sed, insaciable, por ejemplo, de Epi, era un pretexto para mostrar la insaciabilidad de la necesidad de saber, y de paso enseñar a sumar: un vaso de agua más otro vaso de agua más otro vaso de agua, suman tres vasos de agua. Y la diferencia entre el presente verbal 'tener sed' y el pasado 'haber tenido sed'. Sus voces son inolvidables, con razón, porque la de Epi era la del doblador de Gene Hackman y la de Blas la del doblador de Al Pacino. Si cierro ahora los ojos y los oigo, aún me parecen más alucinante: como una secuencia loca de una película de Coppola. Hace de esto cincuenta años, cuarenta y pico en España. Hicimos la transición por las tardes, acompañados de aquella troupe de títeres de varilla. Y por eso me imagino a Epi desvelándose este lunes pasado, de madrugada, tras no sé cuántos años de sueño, y volviendo a despertar a Blas: «Blas, Blas, no puedo dormir». «¿Qué pasa, Epi?». «¿Qué ha pasado aquí, Blas? ¿Dónde está el perro Lucas?». Siento que, desde hace tiempo, venimos desaprendiendo algunas lecciones importantes de todo ese elenco, y que hemos descuidado el barrio de nuestra democracia. Y que hoy Epi duerme peor. Y que Blas ya no sabe qué contestar.

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