Las guerras dejan heridas en los cuerpos y en las crónicas. En ambos casos deben servir para lo mismo: para doler y recordar lo que nunca debió suceder. En cada conflicto se repite una idea a la que se atribuyen muchos padres: que la verdad ... es la primera víctima en una guerra. A esa le siguen –lo hemos visto– miles más que yacen en el asfalto helado del invierno del Este. Las retratan periodistas, cámaras y fotógrafos que acuden donde la humanidad termina para darles voz. En momentos como estos la labor periodística se reivindica como una necesidad contra versiones interesadas y manipulaciones. Incluso en España hay quien se atreve a sembrar dudas infundadas sobre lo sucedido. Pero con los muertos ocurre una cosa: un día crees que has acabado con ellos a tiros y al día siguiente siguen ahí.
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