En su ensayo 'Y siguió la fiesta: La vida cultural en el París ocupado por los nazis' (Galaxia Gutenberg, 2011), Alan Riding hace un análisis minucioso de cómo periodistas, escritores y artistas respondieron a la ocupación nazi: desde los colaboradores entusiastas hasta los resistentes, pasando ... por los que mantuvieron una actitud ambigua o silenciosa, que fueron los más. Frente a la heroica construcción que después de la guerra se hizo de la resistencia francesa al nazismo, el panorama que presenta Riding es moralmente desolador. En realidad, fueron pocos quienes desde el primer momento tuvieron muy clara su oposición activa ante el nazismo y entre ellos destacó el periodista y escritor Albert Camus, que dirigió 'Combat', el periódico más importante de la Resistencia.

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Pienso en Camus como ejemplo de coherencia ética ausente de fanatismo, como demostraría después de la guerra cuando, a pesar de haber defendido la necesidad de perseguir a periodistas, intelectuales y artistas colaboracionistas, comenzó a darse cuenta de la brutalidad de las purgas que se estaban produciendo. Camus es un ejemplo de intelectual y periodista comprometido con su tiempo, consciente que tomar la palabra en público es un privilegio y una responsabilidad. He recordado en varias ocasiones el ensayo de Riding y los ejemplos de colaboracionismo y resistencia en el periodismo al leer 'Miedo: Viaje por un mundo que se resiste a ser gobernado por el odio' (Debate, 2022), de Patricia Simón.

Patricia Simón es una periodista que no ha cumplido los 40 años, pero por su experiencia y sus reflexiones podría decirse que ha vivido varias vidas. En este libro repasa sus dos décadas de trabajo como periodista en todos los continentes y en situaciones de riesgo elevado –aunque ella apenas da importancia a este factor en su narración–: Colombia, Brasil, Guatemala, Nicaragua, El Salvador, Tel Aviv, Cuba, Marruecos, Detroit, Lesbos. También trata de realidades mucho más cercanas, como la valla de Melilla, los campos de Almería o las residencias de ancianos. Su enfoque son los derechos humanos: la muerte y desaparición de migrantes y refugiados, la violencia paramilitar y de otros grupos armados, la pobreza extrema tanto en nuestro país como en el extranjero, la soledad, la depresión y el suicidio de personas en situación precaria, las casi 30.000 muertes por COVID en residencias de ancianos, el auge de las extremas derechas y sus formas de necropolítica en EE UU y Europa. Patricia Simón desentraña los mecanismos por los que se pueden relacionar todos estos eventos: el miedo que paraliza, el miedo que aturde, el miedo que desgasta las sociedades, pero también el miedo que hace que reaccionemos y que busquemos formas de resistencia.

Era imprescindible reflejar las muertes de la pandemia para hacer ver la gravedad de lo que ocurría

En su análisis del miedo y en su propuesta para confrontarlo muestra Patricia Simón su compromiso con el periodismo y su comprensión de esta profesión tan denostada. La autora escribe esta crónica/ensayo en primera persona no por narcisismo o para ser centro de la narración, sino para dar cabida a la autocrítica y a la duda: reconocer la subjetividad de la mirada sin renunciar a defender la objetividad de los hechos. Una pregunta implícita en este libro es para qué sirve el periodismo cuando, como señala Simón y como vemos en ejemplos como el de Albert Camus, el periodismo denuncia horrores que jamás deberían haber ocurrido y sin embargo esos horrores siguen ocurriendo. «Esa es una de las grandes paradojas a las que se enfrenta el periodismo tal como lo entendemos quienes decimos defender los derechos humanos: nos hundimos en el infructuoso ejercicio de presentar la barbarie como excepción cuando es una de las leyes que rigen el comportamiento del ser humano en aquellos contextos en los que la supervivencia no está asegurada ni la ignominia penada».

Estas reflexiones tan atinadas sugieren otras preguntas: hasta dónde puede intervenir el periodismo en la realidad y qué poder tiene para cambiar el curso de la historia, para bien o para mal. Podemos traer esa reflexión a un contexto más actual, como el inicio de la pandemia en España y la labor del periodismo en esos momentos de incertidumbre y miedo extremos. Simón relata que, a pesar de que periodistas como ella insistían en que era fundamental que les permitieran documentar las muertes para que la ciudadanía fuera consciente de la gravedad de lo que ocurría, fue muy difícil o casi imposible hacerlo.

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Camus sabía que tomar la palabra en público era un privilegio y una responsabilidad

Cuando ella defendió el derecho de informar, algunos la tildaron de morbosa, oportunista o insensible. Pero con el paso de las semanas fue el propio personal de hospitales y residencias quien pidió que se mostrara la dimensión de la tragedia. Esa es la regla habitual, señala: «Son precisamente quienes están viviendo o asistiendo a una injusticia quienes reclaman la presencia de periodistas». A pesar del desprestigio de la profesión, «son quienes se sienten abandonadas, ninguneadas o maltratadas por el Estado quienes conservan la esperanza de que, si la comunidad conoce lo que está pasando, los responsables de su situación no tendrán otra alternativa que hacer algo para remediarlo». Esta es la función del periodismo siempre, pero sobre todo en momentos de crisis, y una lección que, señala Simón, un periodista nunca debería olvidar.

El caso es que cuando el periodismo interviene en la realidad no es siempre para bien. Muchos medios de comunicación son aliados del poder, altavoces de programas ideológicos que reman en contra del bien común y de la solidaridad como principios fundamentales. Para ilustrar esta idea Simón rescata unas palabras de José Luis Sampedro: «El miedo es, desgraciadamente, más fuerte que el altruismo, que la verdad, más fuerte que el amor. Y el miedo nos lo están dando todos los días en los periódicos y en la televisión».

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Si vivimos en una sociedad en la que el miedo se ha convertido en una herramienta de paralización y de opresión ha sido, en buena medida, gracias a la colaboración del periodismo en la construcción de marcos de significado. Recordemos el uso de la palabra 'mena' para referirse a menores migrantes no acompañados y criminalizarlos, borrando la compleja realidad que rodea a esos niños y adolescentes, que debería despertar nuestra empatía en vez de nuestro odio y miedo. Lo que demuestra Patricia Simón en este libro y en toda su trayectoria es que se puede informar con veracidad, independencia y honestidad desde una mirada empática y limpia de odio, que responda a un interés tan básico como difícil: hacer el bien.

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