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Mi suegra dice que Vargas Llosa es un pericón. Líbrenos el destino de las adjetivaciones de mi suegra. De mí dice que hablo más que un sacamuelas, si me ve 'sobrao' me acusa de ser como un gallino Pepe y cuando camino erguido y presumido ... me compara con un 'pollino perdiz'. «¿De dónde sacas esos calificativos?», le pregunto. «De ningún sitio, están ahí desde siempre», me responde y sigue disparando símiles como misiles: los bajitos obesos son como peoncinas y los descompensados le parecen una patatina mal hecha.
Muchas de estas expresiones tienen una base léxica seria y documentada. Un pericón, por ejemplo, sería un muchacho travieso según los diccionarios de asturiano y del habla popular extremeña. Y en medio de este cruce de dialectos y pericones, Vargas Llosa. Parece ser que Patricia, la esposa del escritor, es de la misma opinión que mi suegra y avisó a Isabel Preysler del gusto de su marido por las travesuras. Como buen pericón, tenía aventuras y volvía a casa.
Una vez, viajé en un taxi sentado en medio de Patricia y Mario. Fue en Santiago de Compostela. Vargas Llosa presentaba 'La fiesta del chivo', habíamos quedado para una entrevista a las diez de la mañana y acabamos haciéndola apresuradamente en un taxi a las once de la noche. A un lado Patricia Llosa, al otro, el escritor y en medio, el entrevistador. Ella quería comentar la jornada y él rogó silencio. Pueden escucharlo tecleando en Google: «Entrevistando a Vargas Llosa en un taxi». El escritor fue amable con un servidor y con su esposa. «A mí, desde luego, no me pareció un pericón», le comento a mi suegra. Y ella sentencia: «Es que tú estás como una jaca 'espantá'». Esta mujer no tiene remedio.
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