Pepitas de oro

El libro es maravilloso, aunque en realidad es un relato dentro de otro, porque cuenta el viaje de Reverte siguiendo los pasos de Jack London y va intercalando su aventura con pasajes del autor americano que recorrió aquellas tierras junto a su cuñado a finales del siglo XIX. Buscaban, como otros miles de infelices, llenarse los bolsillos con las pepitas de oro del cauce del río Klondike.

Si son buenos, los libros de viajes se te quedan para siempre en la memoria. 'La vuelta a Europa en avión', de Chaves Nogales, y 'Los viajes con Heródoto', de Kapuscinski, a veces me llaman desde la estantería, yo los ojeo, cojo la mochila y voy a cualquier destino de la mano de esos genios. Con los de Javier Reverte siempre me pasa lo mismo, porque en este confinamiento ya sólo podemos viajar a través de las pantallas y los libros o con la imaginación para marchar al futuro, a donde nos vamos todos a cada rato; ahora ese es el destino deseado, no un crucero por el Caribe ni un viaje a las islas griegas. A las agencias de viajes hace meses que no entra nadie, y el que traspasa la puerta suele ser un cartero para entregar facturas del banco.

Se ha muerto Reverte, se ha ido porque lo suyo era estar siempre en marcha, y con su partida le ha hecho una última burla a este tiempo sin viajeros. Nos queda el pálpito crujiente de las páginas que escribió, por las que sonará siempre el ruido reposado de sus pasos por el mundo.