Pelotas y miedosos
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EL REPASO ·
De cómo Andreu vuelve a demostrar su buena mano para trazar rayas y cortar cabezasMIÉRCOLES | ALBA
Hay muchas maneras de hacerle ver a alguien que no es querido. Cuando uno tiene la cabeza sobre los hombros no hacen falta muchas indirectas, pero otra cosa es cuánto le cueste a uno asumir ese desquerimiento y procesarlo. Y otra cosa, y ya van ... tres, es qué se hace con esa nueva y desagradable certeza: que quieren que te vayas.
Sara Alba, la consejera de Salud que será descabezada oficialmente el miércoles, sabe que no es querida desde hace mucho tiempo. Nadie más que la presidenta sabe la raíz exacta de ese desapego, más allá del hecho cierto de que hay otra voz de Salud que a Andreu le suena mejor: la del jefe del Seris, Alberto Lafuente. Pero el caso es que la consejera lleva ya muchos meses sabiendo que querían «dimitirla». Las conversaciones personales para ellos quedan, claro, pero los hechos son significativos. El más evidente, la purga sistemática de todos los miembros del equipo de Alba, sustituidos (a veces incluso antes de sentarse) por gente de Lafuente.
Lo que también era evidente era que la consejera no iba a dimitir. Probablemente herida en un orgullo entendible: el de quien ve injusto ser tratada como un trasto viejo tras haberse comido la mayor emergencia sanitaria en un siglo y sin haber mostrado jamás en público nada que no fuera una absoluta lealtad hacia su presidenta, lo que incluía mentiras evidentes cada vez que se le preguntaba por una relación que ella sabía rota.
Es evidente, por cómo acabó todo en la víspera de Reyes, que esa lealtad no corría en el sentido inverso. Aunque aún hay tiempo de mejorar esa despedida, cómo se gestionó, comunicó y justificó el despido de Alba es de una frialdad desopilante. Y la gelidez absoluta del PSOE refrenda la auténtica realidad de los sentimientos de la presidenta. Que en estos dos años y medio de legislatura ha mostrado muy a las claras que es una maestra en trazar rayas: a este lado los míos, al otro lado los otros. Y para esos, ni agua, ni tregua, ni perdón. Esos «otros» pueden ser los que la habían aupado al Gobierno, o las sucesivas caras visibles de la pandemia. Le pasó a Chus del Río tras cien ruedas de prensa diarias, le ha pasado a Sara Alba.
Política con el hacha en la mano, siempre cerca del cuello de los en teoría propios. Mal asunto, porque eso silo produce dos cosas: pelotas y miedosos. Y ninguno son nada bueno.
DOMINGO | COVID
Cuando estas letras manchen el papel mi familia cumplirá una semana confinada por el virus. Los cuatro, uno a uno, hemos ido dando positivo. Una semana larga, larga, con muchos sentimientos unidos. Cabreo, tras mucho tiempo de no ver prácticamente a nadie, incluyendo comidas y cenas navideñas. Uvas entre cuatro, en fin, no es lo mismo. De ahí el mosqueo: hay gente que no para en casa, pero a nosotros el bicho ha debido venir a buscarnos.
Otro sentimiento, es, claro, un poco de miedo, aunque parece que la cosa va pasando sin quebrantos excesivos. Toco madera.
Y una tercera sensación: soledad. Esa sensación de que yo me he diagnosticado, yo me he confinado y yo me tendré que desconfinar es desconcertante, y aunque lo aceptemos como maduros ciudadanos que queremos ser y ante el colapso de la Primaria, no deja de ser una situación más que indeseable en un sistema de salud avanzado.
En fin, como decíamos ayer, esto se nos ha ido de las manos. Las próximas semanas dirán hasta dónde llega esa subida que nadie esperaba tan rápida.
MARTES | GARZÓN
Vuelve el ministro riojano-malagueño a decir una obviedad, y vuelve a montarse un dos de mayo. Si recuerdan, se lio una morrocotuda cuando dijo aquello tan evidente de que comer menos carne es mejor para la salud. Y ahora se ha vuelto a liar tras decir eso que a los riojanos debería sernos también evidente: que es mejor desde todo punto de vista una ganadería extensiva y que fija población en el campo que la de la grandes factorías industriales. Otra cosa es que no podamos pasar sin las segundas, pero que no es lo mejor ni para nosotros ni para el medioambiente lo sabe el ministro, la OMS y quienes le critican. Aunque les dé igual.
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