La degradación del clima político en España superó hace tiempo los niveles de lo admisible. Aún así, crece y crece sin descanso en una diabólica espiral de crispación extrema que ha trufado los debates parlamentarios de una retórica apocalíptica tan insana como alejada de la ... realidad y del interés común. Desgraciadamente se ha impuesto un frentismo tóxico en el que las soflamas incendiarias han sustituido al civilizado intercambio de argumentos, provisto de la contundencia propia de la defensa de criterios contrapuestos, que cabría esperar y exigir. El exhibicionismo de las pulsiones más radicales impide grandes acuerdos cuando tan necesarios son en múltiples ámbitos y hasta disuade del ejercicio de un diálogo normalizado en una visible muestra de inmadurez de nuestros representantes públicos.
Publicidad
No es presentable la incomunicación personal entre Pedro Sánchez y Pablo Casado, más allá de sus encendidos encontronazos en el Congreso, en un país con desafíos de enorme calibre: desde la pandemia a la recuperación económica, pasando por la sostenibilidad del sistema de pensiones, el 'procés' o una reforma constitucional largamente aplazada. Tampoco lo es el permanente cuestionamiento de las credenciales democráticas de los rivales, convertidos, en la peligrosa deriva guerracivilista que domina la política nacional, en enemigos acérrimos a los que habría que exterminar de la confrontación partidaria si ello fuera posible. Esa polarización se ha visto favorecida por la irrupción de nuevas formaciones que ocupan los espacios extremos en la izquierda y la derecha. Unidas Podemos y Vox han acabado por contagiar los discursos de las fuerzas mayoritarias –PSOE y PP– que, temerosas de perder apoyos por esos flancos, han renunciado a plantear una 'batalla cultural' a sus competidores en ellos y a propiciar acuerdos desde las posiciones más centradas del arco parlamentario.
El resultado es un insufrible guirigay que reduce el debate partidista a un continuo cruce de improperios entre los dos polos opuestos, en el que gritar más y con una artillería dialéctica de calibre más grueso se confunde con tener razón. Una fractura estéril cuando una circunstancia tan excepcional como la crisis del COVID exigiría aparcar diferencias en aras de amplios consensos y, además, peligrosa porque su virulenta teatralización puede abrir grietas de indeseables consecuencias en la convivencia social.
¡Oferta especial!
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.