El peligro de informar
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El asesinato de dos periodistas españoles en Burkina Faso realza el valor de revelar lo que sucede allá donde no impera la leyEl asesinato de los periodistas españoles David Beriáin y Roberto Fraile en el sur de Burkina Faso, mientras preparaban un documental sobre la protección de la vida silvestre frente a la caza furtiva y las comunidades que habitan en los parques naturales de aquel país, reveló ayer los peligros que encierra el compromiso informativo en zonas en las que la violencia se ha adueñado de la suerte de sus gentes. Al mismo tiempo, realza la importancia que adquiere testimoniar lo que sucede fuera de todo orden. Los dos reporteros pretendían transmitir con sus palabras e imágenes las vicisitudes de una región fronteriza con Benín en la que, como en tantas áreas de África limítrofes entre países, se dan cita el terrorismo islamista, grupos tribales armados, depredadores sin escrúpulos de la fauna local que sirven a clientes de otras partes del mundo y salteadores que se mueven entre unos y otros.
En su dilatada y fructífera trayectoria, Beriáin y Fraile habían llegado a sobreponerse a los riesgos con el valor de la profesionalidad. El bien que procuraban ofrecer al mundo es una necesidad colectiva frente al mal: contar con sociedades informadas sin que ningún rincón del planeta quede a merced de la opacidad sobre la que se imponen la barbarie y el caos. Precisamente por eso, la labor periodística allá donde la Justicia y la ley se vuelven excepcionales en ningún caso debe percibirse como resultado de una aventura personal de la que puedan desentenderse los demás ciudadanos, los Gobiernos y la comunidad internacional.
El derecho a la información es un fundamento de las democracias que estas han de defender más allá de sus límites territoriales, especialmente en aquellas regiones del mundo donde ese y los demás derechos humanos se encuentren conculcados o amenazados de gravedad. Beriáin y Fraile atendían a nuestro derecho a ser informados. Pero, sobre todo, al derecho que, en este caso, los habitantes de Burkina Faso tienen de que el mundo no les condene al olvido como si fuesen ciudadanos de segunda. Un derecho al que ahora es acreedora la propia memoria de los dos fallecidos para que las circunstancias de su asesinato sean esclarecidas a la mayor brevedad y su autoría no acabe impune en el anonimato de otro suceso luctuoso en el laberinto africano, donde la muerte adopta todas las formas posibles de lo inhumano.
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