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PELIGRO DE ATRAGANTAMIENTO

Chucherías y quincalla ·

Teri Sáenz

Logroño

Domingo, 9 de junio 2019, 13:32

La digestión de la victoria puede llegar a ser tan amarga como el trago de la derrota. Cuando todo se desmorona urge apuntalar los escombros que se desprenden para minimizar los daños, pero sobre la construcción de los andamios tras el triunfo sobrevuela la tentación ... de dejarse arrastrar por la euforia. La responsabilidad del ganador pasa en primer lugar por gestionar el rencor hacia el rival. El odio nunca ha gozado de buena prensa y, sin embargo, es uno de los sentimientos más comunes e intrínsecos a la condición humana. Ignorarlo es por lo tanto falaz, una ridícula impostura. La grandeza reside en canalizarlo con moderación. Sin hurgar en exceso sobre la herida del derrotado ni profesar una falsa ignorancia. Esa elegancia del rencor tan necesaria para hacerla exigible en un futuro que mire al pasado. Al vencedor le toca a partir de ahí edificar discerniendo la paja de los advenedizos del grano de los competentes. Cribar las fidelidades súbitas que transitan del frío al calor del poder por el pasillo del halago y reconocer el valor de quien ha habitado en los desiertos del fracaso, donde cada gota de agua era un manantial. Dentro del vencedor existe también el riesgo de proyectarse una sabiduría extrema que deja de lado los consejos bienintencionados. La creencia por parte del triunfante de que su conquista le exime del error que otros pudieran advertirle. Y el rumor. Ese virus que se desata cuando todo está por hacer. Unas veces propagado por el que tiene en su mano repartir las porciones de gloria para sacar lustre a su dominio, y otras por quien desea hacerse con una de esas migajas con el propósito de forzar que así sea. Sed de victoria que, si no se absorbe bien, acaba atragantando.

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