Pedro Sánchez, año uno
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El presidente del Gobierno debe mirar a centro e izquierda para lograr pactos que den estabilidad al sistemaHoy se cumple un año de la llegada de Pedro Sánchez a la Moncloa tras la moción de censura que apartó del poder a Mariano Rajoy y, a pesar de las dificultades de gobernar con un grupo parlamentario de apenas 85 diputados, con unos apoyos ... variables que terminaron fallándole hasta obligarle a convocar elecciones generales anticipadas, el saldo de este proceso es en principio aceptable: Sánchez y el PSOE han marcado una dirección de avance que trata de restañar las heridas todavía abiertas a causa de la crisis y, con posterioridad, se han legitimado al ganar varias elecciones consecutivas -generales, europeas, autonómicas y municipales-, de forma que, de cundir la cordura en la formación mayoritaria y en las que deberán respaldarla para permitirle gobernar, podríamos estar al comienzo de un periodo de estabilidad, después de más de tres años de parálisis legislativa y de desorientación política. El PSOE, que atravesó en 2016 una dramática crisis de liderazgo, parece haberse asentado al frente del sistema pluralista, y aunque una parte de su ejecutoria desde que ha alcanzado la Moncloa es controvertible y su actual mayoría es aún relativamente débil (sus 123 diputados actuales son menos que los escasos 137 de Rajoy en 2016), el mapa político posibilita claramente esta vez la formación de un gobierno en torno a los socialistas. Si Sánchez consigue formar una mayoría de gobierno, podría darse por concluida la etapa de adaptación del sistema constitucional, que ha evolucionado desde el bipartidismo imperfecto que duró hasta 2015 hasta el pluripartidismo actual, donde compiten en la Cámara baja cinco organizaciones de ámbito estatal, además de los grupos periféricos. En este nuevo modelo, el desarrollo normativo y el proceso ejecutivo requieren que se empleen a fondo las herramientas clásicas de la democracia parlamentaria, la negociación y los pactos. Negociación y pactos que, por la lógica de la situación y la estructura de nuestro sistema de partidos, deberían extenderse a diestra y siniestra, a babor y a estribor, siempre que las formaciones contiguas se presten a ello. No tendría sentido que, por pruritos personales o por prejuicios estratégicos, el centro se negara a cooperar con el centro-izquierda para alumbrar una serie de consensos vitales -sobre la educación, las pensiones o la conquista de la productividad- que llevan años aguardando en la alacena de las buenas intenciones.
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