Ellos, digo. Los candidatos. Nerviosos y envarados, con el ceño fruncido y el frunce ceñido, acuden al debate con el corazón desbocado y el estómago roto. Como servidora antes de un oral de la facultad, que llegaba descompuesta por arriba y por abajo. Las mañanas ... de exámenes, mi intestino era una fiesta.

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Sometidos por números, encuestas y asesores, asfixiados por sus propios personajes y atados de pies y boca a una campaña electoral eterna, los candidatos son Cosme antes de ser Pedete Lúcido, el personaje de Juan Echanove en «Turno de Oficio». Cosme vivía oprimido por unas oposiciones a Notarías, una novia cansada de esperarle, una madre castradora con merienda en la mano y el recuerdo de un padre notario que cantaba los temas de la oposición mejor que él. Pero un día, el tipo se cogió una cogorza monumental y lo mandó todo a hacer puñetas. A la oposición, a la novia, a la madre y al fantasma del padre (a la merienda no, que el muchacho era de buen yantar). Y a vivir, que son dos días.

Siguiendo la sombra de Cosme, algún candidato podría haber llegado al debate con un pedete lúcido. A base de sol y sombra, claro, que no hay bebida más patriótica. Y así, achispado y liberado, y tras tirar los papeles por los aires, hubiera dicho lo que piensa de verdad, reconociendo sus dudas y sus miedos, sin pelos, ni números, ni encuestas, ni asesores en la lengua. Ojalá una revolución político-etílica desde la clarividencia que da mezclar el anís con el coñac.

Pero nada de eso ha sucedido. Han estado como siempre, plúmbeos y previsibles. Y la pena ha dado paso al hartazgo. Ya me da igual que ellos necesiten un respiro o no; después de escucharles durante tres horas, la que lo necesita soy yo. Y hasta un copazo. Estoy por pillarme un pedete, aunque no sea lúcido. Voy a ver lo que queda en el armario.

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