Huid de escenarios, púlpitos, plataformas y pedestales. Nunca perdáis contacto con el suelo; porque solo así tendréis una idea aproximada de vuestra estatura». Leo a Machado y constato la baja estatura moral que ha demostrado Juan Carlos I. Se subió al pedestal, se creyó impune, ... se lo consintieron los aduladores y empezó a despeñarse por el precipicio de la debilidad humana. Se entregó a los siete pecados capitales porque en el confesionario te absuelven sin tribunales. En fin, nada que no hubieran hecho sus antecesores. Su abuelo se fue de España reconociendo que no contaba «con el amor de su pueblo». Supongo que cuando el Emérito se largó a Abu Dabi se miró en ese espejo y al fondo vio incluso a Fernando VII saludándole.
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En este país somos tremendos, sabemos cosas pero preferimos ignorarlas y cuando ya no tienen remedio intentamos taponar la hemorragia con tiritas. Lo de las amantes era famoso, pero allá él con su bragueta. Lo de la cacería en Botsuana disparó todas las alarmas y, como si fuéramos la reina Sofía, aguantamos. De ahí a la abdicación todo fueron sobresaltos hasta que supimos que llevaba años atesorando comisiones «presuntas» pero con muchos ceros reales. Se nos agrió la leche, el café y nuestra soberana paciencia de soberano pueblo burlado. ¡Pobres republicanos!, nada serían si este rey no les hubiera echado una mano. El 40 aniversario del 23-F fue una tirita en el boquete de credibilidad que tiene abierto la monarquía. Concluían los actos del Congreso cuando se oyó la traca final. Para que brillara el evento, Juan Carlos I realizó otra regularización fiscal por rentas no declaradas de más de 8 millones de euros recibidos en especie. La coincidencia es tan inoportuna como esclarecedora. Juan Carlos I frenó el 23-F, vale. Dicen que ese servicio a España es impagable, pero no podemos por este tributo al pasado aceptar sin rechistar comportamientos irregulares de quienes debieran ser ejemplares. Después de tantos discursos proclamando la igualdad ante la ley creo que Juan Carlos de Borbón está en deuda con nosotros. Tanto él como el rey Felipe VI, su heredero y principal víctima de los excesos de su padre, no pueden pretender que nos conformemos con el silencio. Hoy, como en los cuentos antiguos de Bram Stoker, un gigante invisible que unos llaman decepción y otros indignación recorre todos los pueblos y ciudades de España sembrando el enfado ante la constatación de que el pasado está manchado de corrupción, que todas las instituciones del Estado se tambalean, que el día a día es la pandemia, el paro y el miedo. El futuro es hoy una incógnita cautiva de ese pasado. En fin, no sé, solo digo que cuando caen todos los pedestales algo más habrá que hacer que fuegos artificiales. No es tiempo de callar. O se dan prisa o esto se hunde.
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