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Aún es pronto para extraer conclusiones pero seguro que la crisis del Covid-19 nos dejará unas lecciones a los privilegiados moradores del primer mundo (los del tercero se reirían de nuestra alarma de no ser por los 6,3 millones de niños muertos cada ... año por causas evitables que tienen que llorar).
La primera, que lo más valioso que tenemos es la salud y la libertad, por este orden, pues ya vemos que la segunda puede restringirse en favor de la primera. Las generaciones que no conocieron la Dictadura, clase política incluida, pueden hacerse una idea aunque muy ligera de lo que significa no poder moverte libremente en un Estado policial y de paso aprender a no frivolizar llamando «fascista» a nadie, que no saben lo que dicen.
La segunda lección es de humildad. Ahora sabemos qué es guardar una cola de racionamiento, encontrar estanterías vacías y vivir en un país de apestados donde todos se miran con recelo y a distancia. Homo homini virus. Otra enseñanza es la cantidad de cosas sin las que podemos vivir y de reuniones y trabajos realizables desde casa sin desplazamientos y horarios presenciales absurdos que complican la vida de los currantes y encarecen los costes de las empresas.
Luego está el reconocimiento al personal sanitario, aunque sea acordarse de Santa Bárbara cuando truena. Muchos hospitales atraviesan todos los años picos de demanda desbordantes y estrés asistencial que solo merecen críticas negativas al sistema y bien está darse cuenta de que quienes se dedican a cuidar de los enfermos o desvalidos, sean médicas, enfermeros o familiares merecen la más alta consideración social. No son héroes ocasionales sino buenos profesionales que realizan un trabajo duro y sacrificado siempre, aunque en situaciones de sobrecarga su labor se «visualice» más.
Otra lección es que, a la hora de infectarse, España no hay más que una. Ha tenido que pasar algo gordo de verdad para relativizar supuestos problemones nacionales de los que ya nadie se acuerda e intentar poner orden en esta almazuela de taifas. Menudo baño de realidad para un Gobierno que venía a comerse el país y se va a comer una recesión pero con patatas. Y qué ocasión para, ya puestos, aplicar la Constitución en serio y acabar de una vez con ese virus maligno llamado independentismo sedicioso que no matará pero produce odio, confrontación y un deterioro mental en el que los Puigdemont, Torra o Ponsati han dado positivo. Por cierto que no todos somos iguales ante la virosis: a los de la casta les hacen la prueba enseguida aunque estén bien y los pringaos con síntomas a confinarse en casa con la duda.
Pero la lección más dura del profesor Coronavirus es que nuestro envidiable estado del bienestar no sólo no está garantizado a perpetuidad sino que puede irse al garete en semanas.
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