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Tarde o temprano, la verdad aflora por mucho que trate de ocultarse y más cuando los indicios la hacen evidente. La Iglesia católica, en el caso de los abusos a menores, debería no solo saberlo sino remediarlo. La única forma que hay en la vida ... de superar el delito, la falta o la culpa es afrontarlos con entereza y también con humildad. Lleva años la jerarquía eclesiástica mareando la perdiz y cerrando los ojos a la evidencia. Ni el hoy borra el ayer, ni el daño lo anula el tiempo. Olvida la Iglesia, usando su lenguaje, que en su seno ha habido muchos pecadores de difícil perdón. Niega con su desidia la compasión a las víctimas y elude su responsabilidad.
Muchas víctimas, sobreponiéndose al dolor, nos han contado lo que padecieron y las dificultades que superar el abuso ha supuesto en sus vidas truncadas. Muchos se han quemado en su propia angustia. A estas alturas, negar la enorme dimensión del problema solo puede entenderse desde la hipocresía. La mayoría de ciudadanos no precisa de ningún tipo de estudio para ser conscientes de que muchos niños y niñas, pequeños o adolescentes, fueron violados o abusados valiéndose de una superioridad que los intimidaba en la relación con el depredador. Que el pecado y el delito han convivido en la Iglesia es evidente, por eso una investigación sin tapujos puede y debe ayudar a conocer la dimensión real de lo ocurrido. Además serviría para dar apoyo y consuelo a las víctimas. ¡Qué menos!, ¿no les parece?
Creo, como el jesuita alemán Hans Zollner, miembro de la comisión para la protección de menores creada por el papa Francisco, que «si la Iglesia no cumple con su deber, serán otros quienes lo hagan». Es una verdad como un templo, nunca mejor dicho. Si la Iglesia española no actúa, otros deberán hacerlo por solidaridad con las víctimas y porque es de justicia darles la reparación moral y legal que merecen y esperan cuando esto es ya un clamor imparable. La Iglesia española debe abrirse a investigar hasta el final, es lo mejor que puede hacer para poder dirigirse a la población sin sonrojarse. Eludir la verdad es simple y llanamente abrazarse a una mentira para consolarse. Quienes han avergonzado a la Iglesia católica no son quienes buscan la verdad sino quienes cometieron los abusos y quienes los encubren por acción o por omisión. Urge crear una comisión independiente que actúe sin interferencias y que con sus conclusiones la Iglesia y los poderes públicos actúen en consecuencia. Los políticos que se oponen haciendo creer que ayudan a la Iglesia son unos hipócritas que amparan la doble moral que oculta los abusos. Si la Iglesia no hace lo que debe y persiste en la ocultación y en minimizar el problema perderá toda credibilidad cuando denuncie en los púlpitos los pecados ajenos sin haber expiado antes los propios.
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