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«Me entra pánico de solo pensar en repetir un confinamiento como el de marzo y abril del año pasado»Después de 60 años de escuela, de seminario, de universidad, y después de tantas horas de aprender, de enseñar, de leer, de estudiar, al día de hoy de lo que más leo y escucho y hablo es de asuntos como el virus COVID-19, los ... protocolos de mascarilla, hidrogel, el concepto de la distancia, de la cuarentena, curva de contagio, epidemia, pandemia, vacuna, y un etcétera interminable. Pero como dice un vecino mío, «esto es lo que toca».
Personalmente, lo que más me preocupa es lo del confinamiento. No el perimetral que suena muy bien pero que a mí no me afecta para nada, porque ¿a dónde voy a ir yo a estas alturas de mi vida? Es al confinamiento que llaman domiciliario al que más temo. No salir ni siquiera para celebrar misa ni para estirar las piernas. Me entra pánico de solo pensar que se pueda repetir lo de marzo y abril del año pasado.
Viene este comienzo tan farragoso a propósito de mi estado vital del momento. ¡Quieto en casa! El domingo pasado yo escribí acerca de mi situación –compartida por miles de personas mayores, enfermas, o simplemente que viven solas– de vivir solo, que no es lo mismo que estar solo. Yo no he estado solo porque me ha acompañado el Dios hecho hombre presente en los sagrarios de las iglesias cuyas torres veo desde la ventana de mi cuarto de estar.
Dicho esto, he de añadir otro elemento que entiendo que para los de mi edad y condición es parcialmente vital. Ese elemento se llama televisión, 'la tele' para los amigos. Hasta mi enfermedad, la televisión para mí quedaba reducida a muy poco tiempo al día: algún telediario, algunas películas –pocas, porque la mayoría de ellas me resultaban auténticos petardos– y deportes en algunas de sus modalidades, fútbol, ciclismo, atletismo, pelota, etcétera.
Siempre he tenido muy presente un documento emanado del gran fenómeno eclesial que fue el Concilio Vaticano II, allá por los años sesenta del siglo pasado, y que aun por viejo no ha perdido un ápice de su valor profético y de referencia segura. El documento tenía que ver con los medios de comunicación. De él solamente les voy a decir que calificó a la prensa, la radio, la televisión y el cine de 'auténticas maravillas'. Y lo son. El documento no tuvo en cuenta ni Internet ni los móviles ni el ordenador, por la sencilla razón de que no existían, que yo sepa al menos. Me consta, por otra parte, que mucha gente ya no ve la televisión prácticamente nunca. No solamente la gente joven, sino también la menos joven. Sin embargo, los mayores como yo tenemos en ella una ocasión para distraernos o, también, para echar una cabezadita que nunca viene mal.
¿Qué es lo que yo veo en la tele? Fundamentalmente documentales. Ahora conozco países, aunque sea muy por encima, en los que jamás he puesto mis pies ni los pondré. Hay un programa que se llama 'Viajar' que lo mismo me muestra la historia de las pirámides en Egipto que las frondosos bosques del curso del Amazonas. Me da a conocer cómo viven los coreanos del Norte o los argentinos en la Pampa. Y por todo ello doy gracias a Dios por la belleza de tantos paisajes y por las costumbres de tantas gentes variadas. Y de los documentales sobre el mundo 'animal' ni les cuento. ¿Quién nos iba a decir a los que nacimos en los años cuarenta que nos habríamos de familiarizar con el león, el cocodrilo, la anaconda o las ballenas, acostumbrados a convivir con animales tan nuestros como el perro, el burro, o la perdiz, y todo ello sin salir del sillón de la sala de estar?
Agradezco a Dios la existencia de tantas personas que idean, producen y comercializan contenidos televisivos tan llenos de ciencia, de amenidad, de ternura y de belleza. ¡Buen trabajo, amigos y amigas! Programas divertidos y cuya visión no sonroja a nadie, ni a adultos ni a niños, sino que nos empuja a ser cada día un poco mejores. Desde este espacio mío semanal quiero lanzar un 'hurra' de satisfacción y agradecimiento por esos espacios en un medio –la televisión– tan a menudo marcado por la mediocridad y el mal gusto.
El mal gusto se contagia, en la televisión y en todos los ámbitos en los que nos movemos los humanos. ¡Ánimo, amigos de la televisión, intensificad la ilusión por superaros, por hacer cada día más digno un medio que sigue siendo vital para muchos hombres y mujeres compatriotas nuestros que tienen derecho a un esparcimiento que rezume buen gusto y alegría de la buena! Los mayores lo agradeceremos.
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