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Las alertas están en rojo ante la sensación de vulnerabilidad frente a la persistente pandemia y sus consecuencias; salta el miedo a sus perniciosos efectos, las alarmas económicas y el malestar personal, evidenciado por estudios como el de 'Save the Children' que revelan el empeoramiento ... de la salud mental en adultos pero también en adolescentes y niños (4% con estados de angustia, depresión, irritabilidad o frustración, 6% con déficit de atención, o hiperactividad, 3% con pensamientos suicidas; aumento de jóvenes desaparecidos, etc.), reflejada hasta en maratones televisivos para recoger fondos frente a ello.
Preocupa también el controvertido informe del 'efecto Flynn inverso' publicado por investigadores noruegos mostrando que el cociente intelectual está descendiendo entre la población occidental (efecto contrario en países emergentes, y en el Occidente del S.XX) tras el pico al alza de 1975. La sustitución de hábitos estimulantes intelectualmente como la lectura por otros menos exigentes como la televisión o videojuegos, el sobreuso tecnológico que resuelve tareas básicas de memoria, orientación espacial, cálculo, etc., o el escaso valor de la cultura general frente a la superespecializada podrían explicarlo o, quizás, estemos frente a otro tipo de inteligencia emergente.
Tal vez la pandemia solo esté acelerando algo ya existente. Es cierto que, desde hace casi dos años, nos somete a un entorno de amenaza constante e invisible que sobrecarga nuestro cerebro, activando especialmente el sistema límbico preparado para responder a situaciones amenazantes y esquivar peligros, pero menos ágil para resolver tareas complejas o que reclaman una planificación racional. El córtex prefrontal, una de las partes más nuevas y sofisticadas del cerebro, base del control de nuestra conducta, está perdiendo en la gran batalla que estamos librando porque el estrés afecta a su funcionamiento provocando más errores de conducta, toma de decisiones y racionalidad; una corteza prefrontal estresada (como cuando estamos enfermos o cansados) falla en calmar la sobreactividad del sistema límbico, que toma el mando.
Las crisis no emergen súbitamente. Una sociedad con grandes desigualdades, cambios geopolíticos y penuria de valores genera signos emocionales de alerta ante aspectos que atender. Y la pandemia es una situación de crisis más a resolver para nuestro cerebro; es pronto para analizar su impacto, pero pasará y nuestro cerebro, cuya función es básicamente adaptativa, será resiliente a ella como muestra su prevalencia de recuperación en situaciones post traumáticas (entre 40-75%) y que la especie humana ha resuelto complejas situaciones renovadoras a lo largo de la historia.
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