Podrá, por una o varias de las partes, reseñarse que se gobierna a golpe de improvisación, de abono de peajes para mantener un gobierno, criticar la ausencia de diálogo con los sectores y municipios afectados, la falta de planificación o de «políticas de recursos humanos ... en salud» y atribuir «oscuridad y alevosía» a la elaboración de un plan gubernamental.
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Por la otra parte, podrá negarse que sea una rectificación, no admitir que se trataba de un error, defender «la transparencia» del Gobierno regional o su «firmeza y rapidez» de actuación.
Podrá alegarse que es parte de la herencia del Gobierno anterior, «una estructura anacrónica», mientras el anterior Ejecutivo se presenta como quien «siempre ha sido garante de la igualdad de los riojanos». Apelar al déficit de profesionales.
Podrán diseñarse ruedas de prensa y comparecencias públicas con diferentes cargos y caras. Con distribución de papeles y reparto de papeletas.
Podrá haber bicefalias, luchas intestinas en el Gobierno riojano en general y en la Consejería de Salud en particular.
Pero todas las partes forman un todo.
Y a mí eso de dar la cara en la puerta del Parlamento y pisando la tierra de los pueblos, asumir abucheos y pitadas, escuchar a los implicados, ver las necesidades y, sobre todo, enmendar errores (ojalá que todos) me parece no solo saludable sino de todo punto plausible.
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