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En los albores de los 90, el barrio de Cascajos se desperezaba del tiempo durante el cual todo ese entorno era conocido como 'la Estambrera'. Así, sin más. Todo el barrio se urbanizó a la sombra de la gigantesca factoría, colonizada su plantilla por ... mano de obra femenina (las chicas de la Estambrera) y conectada con el resto de Logroño a través de su célebre túnel. Que por supuesto se llamaba túnel de la Estambrera. Reciente el poderoso influjo que despedía el entonces moribundo emporio textil, a los vecinos que empezaron a poblar Cascajos les molestaba el nombrecito, tan irreverente. Preferían ser habitantes de la Estambrera y así se lo hicieron saber a la delegación municipal que una mañana cayó por allí de visita.
Comandaba el grupo el entonces alcalde, José Luis Bermejo, con quien descendió del coche oficial la fiel María Teresa Hernández, mandamás en el Ayuntamiento de la cosa medioambiental. La excusa para inspeccionar el barrio era una invitación a conocer la flamante sede vecinal, instalada en los soportales de un parque sin nombre. Medio barrio carecía en realidad de nomenclatura, como observaron los reunidos en aquel ágape matutino. Y sí: les molestaba el nombre de Cascajos, aunque no tanto el de otra calle (Piquete) que se ubicaba en el tramo más próximo a la vía férrea.
Bermejo toreó como solía las quejas con su famosa mano izquierda, pero Hernández pareció más sensible a las reivindicaciones vecinales. De vuelta hacia el coche, cavilando, iba mirando según recuerdo sus propios pasos. Cuando alcanzó el coche oficial cayó en la cuenta de que el nomenclator del barrio estaba casi monopolizado por un elenco de literatos: Poeta Prudencio, Quevedo, Juan Boscán... Ninguna mujer, concluyó algo espantada la edil logroñesa. Que se interesó por tan clamorosa ausencia ante unos abuelos sentados en un banco del inmenso espacio sin nombre: «¿Cómo se llama este parque?». Ninguno supo responderle. Así que ella tomó la iniciativa. «Rosalía de Castro».
Con esas tres palabras entre ceja y ceja se metió en el coche y esas tres palabras florecieron semanas más tarde en un documento municipal donde así se bautizó el parque que oxigena a todo el barrio. Lo cual revela un par de cosas: que el genuino feminismo se demuestra con hechos. Y que cuando se quiere, se puede. Méritos más que suficientes, a mi humilde juicio, para que una calle de Logroño lleve un día el nombre de María Teresa.
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