Paridad no es igualdad

La igualdad efectiva se logra con verdadero empuje, no con maquillaje superficial. Se consigue obligando a todas las empresas, públicas y privadas, a que se remuenere de igual manera a ellos que a ellas, sin excepción ni excusas. Se acerca promocionando igual a ellos que a ellas, tengan o no hijos. Se impulsa castigando (de verdad) a los empleadores que relegan a las mujeres a tareas secundarias por su género. Se otorga primando la validez real del currante, esté doce o tres horas en la silla. Se obtiene penalizando paternalismos condescendientes y censurando los micromachismos diarios. Se conquista analizando las fortalezas de las empleadas para motivarlas y exprimir sus capacidades para que se sientan (al menos) tan valoradas como sus compañeros. Se incrementa forzando a que las jefas dejen de ser las peores enemigas de sus empleadas, algo que lamentablemente sucede con demasiada frecuencia. Se recaba apartando actitudes que nunca se plantearían hacia un hombre.

La igualdad real y efectiva despliega muchos tentáculos, viscosos y escurridizos a veces. Porque es difícil cambiar paradigmas erróneos tan asentados. Pero sobre todo, se ha de apoyar en una muleta básica: recursos, pasta gansa, dinero, parné, llámenlo como quieran, pero no leyes. O al menos, no sólo.