
El paraíso de la libertad
A corto plazo, la consecuencia de la victoria de Ayuso parece ser la radicalización y el inmovilismo que lleva al PP a rechazar todo acuerdo sobre las instituciones
ANTONIO ELORZA
Lunes, 5 de julio 2021, 02:00
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ANTONIO ELORZA
Lunes, 5 de julio 2021, 02:00
El triunfo electoral de Isabel Díaz Ayuso pareció inaugurar una nueva vía de acceso al poder para el Partido Popular. El recurso para tal expectativa había sido elaborado machaconamente por la presidenta-candidata a lo largo de su campaña: desde la novedad del patriotismo madrileño, cobraba forma un espacio privilegiado donde el reino de la libertad se imponía al autoritarismo de Pedro Sánchez, contaminado por su alianza comunista. La cosa funcionó, a favor de que las vacunaciones en ascenso atemperaron el coste de una política sanitaria suicida, con las fuerzas de orden relegadas a ignorar comportamientos sociales donde el uso de las máscaras constituía la excepción en el mundo feliz del 'terracismo' y las restantes medidas de seguridad tampoco eran exigidas con rigor. Así, lo que pudo ser el epicentro de una catástrofe se convirtió en modelo de las conductas políticas ante el covid. De por sí inclinado a imponer la visión de un futuro venturoso, Sánchez decidió también aflojar los controles y ahí tenemos el resultado en el despropósito de Mallorca. El cuento de la gallina de los huevos de oro es por desgracia aplicable una y otra vez a la gestión del COVID.
En el orden político, los efectos negativos del patrón Ayuso no han tardado en manifestarse. Ante todo, porque el ascenso en las expectativas electorales del PP remite al futuro lejano de unas elecciones generales que en las circunstancias de hoy Sánchez se cuidará mucho de anticipar. El nuevo estilo PP tiene que contabilizar éxitos, resultados concretos, y estos son difíciles de lograr cuando se actúa desde la oposición. Es más, la vencedora se ha apresurado a dejar claro que sus planteamientos representan un giro radical respecto de la política, ya suficientemente rígida, de su líder, Pablo Casado, y lo que menos necesita ahora el PP para consolidar su alternativa es una bicefalia larvada. La disfuncionalidad de tal situación quedó de inmediato clara, con la ocurrencia de Ayuso sobre la intervención del rey en el tema de los indultos. Una cosa era lamentar el vaciado por ley de una competencia constitucional, y otra suponer que el monarca pudiera hacer otra cosa que lo que hizo. Un tema tan rentable se redujo a expresión de una falta de unidad.
A corto plazo la consecuencia parece ser una radicalización del PP, que en algunos aspectos recuerda el dontancredismo de la era Rajoy. Casado renuncia a hacer política, instalándose en un enroque que lo confía todo a que persista la mayoritaria repulsa de la opinión española a los indultos y a lo que va a seguir en la política catalana de La Moncloa. Solo que el plazo de dos años para la mesa de negociación tendrá verosímilmente un efecto de apaciguamiento, cuando no de irremediable cansancio. A favor del enroque, el rey queda protegido, pero es difícil desplegar una estrategia ofensiva. Más aún cuando tal inmovilismo lleva a rechazar toda política de acuerdo sobre las instituciones, en primer plano de las judiciales. Una cosa es rechazar una política general, como la catalana, y otra suspender sin más la convivencia ante un proceso de renovación necesario. Sin más, sin explicaciones.
Este es siempre el punto débil de la política popular, a pesar de que la actuación personalista de Sánchez presenta múltiples flancos para la crítica de una oposición creativa. El 'no' no basta. La cuestión de los indultos era una ocasión de oro para exponer a los españoles en qué deriva inconstitucional se embarcaba el Gobierno, cuáles eran los riesgos y cuáles las verosímiles interpretaciones torticeras de la ley fundamental que pudieran aplacar el órdago independentista. Y de paso para reflexionar sobre posibles salidas constitucionales que evitaran recurrir a un 155 ya imposible. Aunque no fueran viables a corto plazo. Era la hora de probar que el PP piensa. Pero en esto, como en la reforma de una financiación privilegiada que está al caer, da la sensación de que Casado no piensa. Solo niega. Y desde ahí se embarca en un viaje a ninguna parte. No sin antes pronunciar disparates como el que presenta el genocidio de Franco como el triunfo de «la ley sin democracia» en 1936 frente a la «democracia sin ley» republicana. El mayor elogio del franquismo hasta ahora pronunciado. ¿Y Casado pretende que los demócratas le voten?
Porque además el paraíso de Ayuso no es el de la libertad, sino el de la desatención al ciudadano. En el crucial asunto del COVID, por un simple error administrativo concerniente a la fecha de nacimiento, en el certificado de vacunación, el ciudadano-víctima se adentra en un castillo kafkiano, donde Sanidad de la comunidad requiere cita previa, pero nunca atiende al teléfono. No solo es el retraso madrileño en el pasaporte COVID. El uso de la certificación errónea puede llevarte a inspección policial si pasas por Alemania, y a la pérdida del documento en el trámite. Y de nuevo en Madrid, regreso a Kafka.
Así como en el franquismo se decía que podías elegir el color del coche, siempre que fuera negro, con Díaz Ayuso tienes plena libertad para sentarte en una terraza. Y para confiar en que solo con eliminar a Sánchez del Gobierno entrarás en el paraíso.
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