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El mejor espionaje español reciente fue el de aquel cámara que apuntó hacia la pantalla del iPad de Celia Villalobos y descubrió a la vicepresidenta del Congreso jugando al Candy Crush en plena sesión. Yo he sentido muchas veces esa tentación de espiar al diputado ... cuando veo a algunos parlamentarios regionales todo el día con el móvil en el escaño, pero la intimidad es un derecho fundamental que nunca hay que vulnerar sin el permiso de un juez. Además se me quedaría mal cuerpo igual que a John Le Carré, que confesó en una entrevista que sentía odio por sí mismo cuando pensaba en sus años como espía.
También dieron mucho juego los audios de Florentino. Cada frase que filtraban a los medios sonaba como el golpe de cincel con el que algún artista estuviera esculpiendo una estatua de mármol del presidente del Madrid en pose imperial. Es más reciente y más cutre el asunto de Rubiales y Piqué, que trae viejos aromas de las chapuzas hispánicas, una de esas golferías nuestras de toda la vida. Los oías enredar en sus chanchullos y llamarse 'Rubi y Geri' en tono de coleguitas como de nuevos socios de club de golf y parecían los diálogos de alguna comedia de Santiago Segura.
Pero el espionaje más abominable de todos los que se producen en España es el de esos profesores catalanes que controlan a ver en qué idioma hablan los niños en el recreo. Ese y la vigilancia que todavía se hace en muchos pueblos vascos en los que se pasa lista en la manifestación y se intenta descifrar a qué partido vota el vecino. Lo relata magistralmente Fernando Aramburu en 'Patria' y sigue pasando hoy. Hay familias que no hablan de política en el salón porque las paredes son de papel de fumar y abuelos que tienen arraigada la tristísima costumbre de poner la televisión en 'mute' cuando ven algún partido de la selección española.
No hay nunca peor guerra que la civil igual que no hay peor espía que el vecino de escalera. Al lado de esa carcoma moral que tiene podrida a buena parte de la sociedad española lo de 'Pegasus' es un alboroto de guardería. En España, esta caricatura a la que cuesta mucho tomarse en serio, el cainismo del pueblo siempre supera a la incompetencia de los gobernantes.
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