Quizá fue el azar el que propició que uniera su nombre al de Josephine Baker cuando anunció que tenía cáncer: «Tal vez reaparezca con pelo, quizá sin pelo, con una melena rizada o con el peinado de mi querida Josefina Báquer, como la llamaba mi ... abuela», escribió Almudena Grandes en octubre. Quizá ha sido ese mismo azar, con ganas de evidenciar vergüenzas, el que ha unido en el tiempo el fallecimiento de la escritora española con el reconocimiento en Francia a la artista de origen afroamericano.
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Freda Josephine Mcdonald, Josephine Baker, fue bailarina del music hall. También era negra. Y, además, una destacada figura de la Resistencia francesa y de la lucha antirracista. Cuarenta y seis años después de su muerte ha abierto la puerta del Panteón de París, donde descansan los ilustres. El féretro ni siquiera contenía sus restos, ya que permanecerán en el panteón familiar en Mónaco. A ese punto llega la 'grandeur'. Mientras, esta pobre España, esta pobre Rioja debaten sobre poner el nombre de una escritora a una biblioteca.
El hecho (palmario) de que no se haya hecho justicia con otros personajes (femeninos, sí, pero también masculinos) no puede ser excusa para seguir cometiendo los mismos errores y someterlo todo a filias y fobias o ponerlo bajo el prisma político de turno. Para seguir dejando cadáveres y memoria en la cuneta.
Emmanuel Macron rindió honores a Baker. Y alabó su universalismo, símbolo de una Francia que «es grande cuando no tiene miedo».
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