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ILUSTRACIÓN BEA CRESPO
Los pantalones de un tullido

Los pantalones de un tullido

LA CUARTA ·

Por mucho que nos empeñemos en crear relatos heroicos en los que el bien triunfa sobre el mal, la historia nos demuestra que la mezquindad gana por goleada en cuanto tiene oportunidad

Sábado, 2 de julio 2022, 21:30

La película 'El vendedor de tabaco' (Nikolaus Leytner, 2018) cuenta la historia de Franz, un joven de diecisiete años que se muda a Viena para trabajar en un estanco. El estanquero, Otto, que perdió una pierna en las trincheras de la primera guerra mundial, ejerce ... de mentor y lo trata con cariño y respeto. Por esa Viena de 1938 pulula Sigmund Freud, a quien Franz regala puros y pide consejos amorosos, pero también los nacionalsocialistas que reciben con los brazos abiertos la anexión al Tercer Reich. Entre estos nazis hay vecinos de Otto, como el carnicero, que ya le han señalado por vender tabaco a judíos y comunistas. Uno de estos comunistas cuelga una pancarta en el tejado de un edificio pidiendo la libertad de Austria. Se sienta junto a la pancarta y espera a los matones nazis, que suben con sus cuchillos y garrotes. Franz está al pie de calle, junto a otros vecinos, viendo cómo se le aproximan, paralizado por el terror. El comunista se deja caer del tejado y Franz, de forma inverosímil, lo coge en sus brazos y lo salva. Pero no. Es solo una fantasía que ocurre en la imaginación del chico. En realidad, ve cómo el comunista cae y se abre la cabeza contra el suelo. Franz siempre ha deseado ser valiente, sueña despierto con alternativas heroicas –salvar al comunista, enfrentarse a un tipo con navaja para recuperar a la mujer que ama– pero de noche tiene pesadillas violentas. Poco después del suicidio del comunista, la Gestapo se lleva a Otto. Franz sabe que lo ha denunciado el carnicero, por lo que lo confronta y, de nuevo, fantasea: introduce la mano acusadora del carnicero en la picadora de carne. No lo hace, pero sí le da una bofetada a la que, junto a la acusación de delator y asesino, el carnicero no responde. Esa noche Franz coge los pantalones desiguales de Otto, con una pernera cosida para su pierna amputada, se dirige al cuartel de la Gestapo y sustituye la bandera nazi por los pantalones, que ondearán acusadores a la mañana siguiente. El joven Franz pasa de soñar despierto con ser héroe a realizar, en la esfera de lo real y lo posible, dos actos de resistencia y de dignidad: una bofetada a quien se cree omnipotente, una denuncia pública de un crimen.

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