Últimamente, en La Rioja, ciertos estamentos, asociaciones y colectivos han encontrado un motivo incontrovertido para oponerse a las operaciones encaminadas a la reducción de emisiones contaminantes –causantes del cambio climático– mediante la instalación de paneles solares y aerogeneradores: la defensa del paisaje.
Naturaleza y paisaje; paisaje y naturaleza, dos realidades a defender, pero de diferentes valores e importancia. El paisaje es un concepto cultural consecuencia de una evolución socio-natural y una idea visual de quien lo percibe; no comparten la misma valoración respecto a un determinado paisaje un beduino, un lapón o un riojano. La naturaleza, por el contrario, es una realidad global, física y biológica, cuya destrucción afecta, incuestionablemente, al desierto beduino, a los glaciares lapones y a los viñedos riojanos.
Los que, para exacerbar más su crítica a la implantación de generadores eólicos, les llaman 'gigantes' están asemejando su impacto visual al que percibía nuestro caballero Quijano de los molinos harineros, molinos que hoy día conforman el valioso paisaje cultural de la región manchega. Porque el tiempo conforma el paisaje y nuestro cerebro asume los impactos iniciales sobre él, incorporando los elementos innovadores a nuestro paisaje cultural o anulando nuestra percepción sobre ellos, como anula la percepción de nuestra propia nariz.
De esta manera, la agresión inicial al paisaje de los molinos harineros y de los pueblecitos blancos ha terminado convirtiéndose en valores paisajísticos en La Mancha o en Andalucía. Los que se oponen a la instalación de aerogeneradores por su impacto en el paisaje deberían reflexionar sobre su verdadera importancia –que no es despreciable y que hay que procurar minimizar– con perspectiva histórica, y ver cómo el paisaje ha «autoincorporado» pueblos, ermitas, silos, carreteras, puentes y pantanos e incluso torretas de electricidad de hasta 55 metros de altura.
El segundo estandarte que se esgrime para la oposición a la instalación de plantas de energía renovables es el de la defensa del paisaje del vino.
Y no se puede estar más de acuerdo con ese objetivo, sobre todo en La Rioja, pero, de nuevo, hay que anteponer a este objetivo la defensa de la naturaleza, evitar el cambio climático, porque, si no evitamos el cambio climático, la discusión es inútil: conseguiremos poco a poco ir cambiando nuestros paisajes «de verde intenso en primavera, y de matices dorados y rojizos en otoño» en otros de «altas palmeras y dulces dátiles» que haría la delicia de los beduinos del desierto.
El debate entre paisaje y naturaleza es una cuestión de equilibrio: equilibrar nuestro juicio dirigiendo la mirada hacia adelante y también hacia atrás. Las asociaciones, empresas y familias vitivinícolas que defienden tan fervientemente los paisajes del viñedo deberían pensar que las instalaciones que ahora puedan impactar son necesarias para conseguir un cambio en la generación energética y defienden, fundamentalmente, a la naturaleza, ayudando a evitar el cambio climático que podría convertir sus extensiones de viñedos en hermosas plantaciones de aguacates, mangos, nísperos y chirimoyos.
Si miramos nuestro próximo pasado, el inicio de este maravilloso paisaje del vino se debió a la instalación en 1863 de una impactante alteración del paisaje formada por la estructura del ferrocarril, impacto sobre el paisaje con el que se consiguió poder exportar las excedencias de nuestros vinos y aumentar considerablemente la extensión de nuestros viñedos.
Si las grandes familias vitivinícolas de La Rioja recordaran años pasados, comprobarían que la plantación de las actuales extensiones de viñas que conforman el paisaje del vino ocasionó la desaparición de otro hermoso paisaje tradicional de campos dorados y rojos –formados por cereales y amapolas–, y verdes –de olivos, praderas y encinas–, con la diferencia de que aquel cambio fue total y motivado por cuestiones económicas y no medioambientales, y que hoy en día contamos con medidas de protección sobre nuestros valores paisajísticos.
No quiere esta comparación quitar valor a la firmeza con la que se defiende la importancia del «paisaje del vino» sino hacer reflexionar sobre lo relativo de una de las causas enfrentadas, el paisaje, frente a lo absoluto de la otra, la naturaleza, y la necesidad de conseguir un equilibrio adecuado en la defensa de una y de la otra. Al fin y al cabo, está demostrado que un paisaje puede sustituir a otro... pero que, para la naturaleza, no tenemos alternativa.
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