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Miren al Congreso y verán que tan malo es hablar sin pensar como hablar por no callar. El silencio resulta más aconsejable cuando la palabrería abona el insulto y la demagogia, el engaño. La historia de la pandemia recordará junto al dolor y los muertos, ... los esfuerzos que muchos compatriotas han realizado en contraste con el ruido y las miserias que emanan del Parlamento.
Esta semana, pese a continuar la bronca, única herramienta política que algunos conocen, ha ocurrido algo sorprendente. Sin ningún voto en contra ha salido adelante el Ingreso Mínimo Vital. Algunos se han caído del caballo del apocalipsis y han comprendido que esta crisis no solo va a ser más profunda que la que comenzó con la caída de Lehman Brothers en 2008, sino que sus soluciones van en sentido contrario. Entonces se salvaron bancos y se abandonó a las personas a su suerte. Hoy todos miran al Estado, a los Estados del mundo, pidiendo salvavidas. Se están movilizando una enorme cantidad de recursos públicos para amortiguar la bofetada económica sin olvidar la subsistencia mínima de quienes han sido siempre injustamente olvidados. En todas las crisis, también en las sanitarias, la repercusión es mayor en los hogares donde ronda la pobreza.
Sorprende que cuando se dan ayudas públicas o beneficios fiscales para salvar grandes empresas o para rescatar a la banca, los aplausos superen a las críticas. Pero si se trata de ayudar a los pobres, a los que pierden el sustento vital, a los que se han quedado en la calle con lo puesto, a los migrantes... se les ridiculiza e insulta. Que si es una forma de alimentar vagos, que si habrá fraude, que trabajen si quieren paga, que en vez de darles peces hay que enseñarles a pescar... Ya me dirán en qué caladero laboral se puede pescar en esta crisis y en las otras. Esta vez los recursos públicos van a rescatar personas para que el conjunto de la sociedad supere la angustia económica en la que estamos. Esta prestación es una forma de aliviar el sufrimiento de muchos españoles que tienen telarañas en la nevera y un modo rápido de insuflar dinero en el circuito económico a través del consumo.
La gran noticia no solo es la aprobación de esta prestación sino que ningún grupo político se ha atrevido a votarla en contra. Ni siquiera los que llevan meses hablando de la «paguita» o de «renta básica socialcomunista» han osado rechazarla. Políticamente ni pueden ir contra lo que aconsejan los organismos internacionales, incluido el Fondo Monetario Internacional, ni contra su propio electorado pese a la leyenda negra de bulos y maldades que siguen difundiendo. Hablamos de 461 euros para un adulto y 1.015 euros para una familia de cinco miembros. No creo que nadie elija la pobreza como forma de vida. Y es que la demagogia siempre se estrella contra la dura realidad.
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