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La constitución de los ayuntamientos el pasado sábado permite extraer algunas reflexiones.
Por un lado, el lamentable trueque en un mercado negro en muchos casos ajeno a los votos prestados por los ciudadanos a los diferentes partidos. Ha habido casos escandalosos, irritantes... Una vergüenza para ... quienes depositaron confiados e ilusionados sus esperanzas y, a la primera, ¡zasca!, las han visto defraudadas.
La Ley es la Ley. Y la Ley marca unas reglas de juego. Y, conforme a esas normas que nos rigen, se han desplegado las tácticas y las maniobras para bochorno en muchos municipios. Esto es la consecuencia perversa de la atomización de siglas en la política.
Por eso, a lo largo de estos días, seguro que han escuchado a muchos analistas defender la oportunidad de adaptar la regulación a la nueva realidad política de España que, del bipartidismo ha dado un salto al pluripactismo, estableciendo una doble vuelta electoral: dejar que los electores elijan entre las dos formaciones más votadas, de las que se ya se conocerían para entonces quiénes son sus socios de coalición, preferencia o cooperación.
La segunda consideración es que todavía quedan por conformarse los gobiernos autonómicos y el Ejecutivo nacional. Y, sobre este último, lo que se ha apreciado es que Sánchez ha optado por manejarse en los tiempos rajoyistas, pero con astucia, pues ya le ha cargado la cruz a Cs de forzarle a contar con los independentistas para superar la votación si persiste en obstruir su investidura. Y es que, tras el resacón municipal, los de Rivera aún no han encontrado su sitio en esta fragmentada España por su errática estrategia y sus contradicciones.
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